Amaya Remírez y Raúl de la Fuente
(Kanaki Films)
En Kanaki Films
nos dedicamos a contar historias. De trabajo, de solidaridad, de belleza y de
mejora de las condiciones de vida en aquellas partes del mundo donde hay mucho
por hacer.
Viajar a Angola era para nosotros un sueño: conocer el
país africano que ha sufrido la guerra civil más larga del continente, 27 años.
Llegamos al aeropuerto de Luanda en mayo de 2011.
Cargados con el equipo para el rodaje del documental sobre el trabajo de
Misiones Salesianas con los meninos da rua en Angola, y también con una
enorme ilusión por conocer el país.
En medio de la locura del aeropuerto nos recibe el Padre
Andrés Young, uruguayo, joven, enorme sonrisa y facilidad para la broma.
Enseguida sentimos que todo iba a estar bien.
Habíamos leído tanto sobre Angola... y aún así la
realidad nos desarma nada más llegar; 7 millones de habitantes desplazados a la
capital por la locura de la guerra. El inmenso engarrafamento (atasco)
es aún mayor de lo que pudimos imaginar, formado por vehículos de lujo, 4x4
gigantes que llenan las calles sin asfaltar de Luanda, sím- bolos de un capitalismo
salvaje entre los que regatean los meninos
da rua. Son los niños que acaban en la calle porque sus familias los
acusaron un día de fetiçeiros
–hechiceros-; quizás solo una excusa porque no tienen cómo mantenerles.
Para el extranjero es difícil entender y sobrellevar la
realidad angoleña. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski la condensó en una
palabra que los angoleños utilizan a menudo, encogiéndose de hombros ante lo
que parece inevitable: CONFUÇÃO (confusión).
Pero con los salesianos todo es posible. En me- dio de la
confução reinante, Raúl de la Fuente, el director del documental, y yo,
observamos y com- partimos durante los 40 días que pasamos rodando con ellos,
que nada les detiene. Conducir más de 1.300 kilómetros por caminos entre
tinieblas para transportar una bomba de agua desde Luanda a Luena. O dirigir un
espectáculo de danza que ad- miraría al público europeo más aburrido: un solo
salesiano entre una marabunta de miles de jóvenes en Benguela. Enfrentar cada
mañana con alegría la falta de infraestructuras, los continuos cortes de su-
ministro eléctrico y el peligro en las calles. Gestionar colegios en un país
donde la fuerza de la juventud brota en cada esquina, fundar talleres mecánicos
con maquinaría de primera categoría.
Cada día volvíamos de rodar con la retina repleta de
imágenes: en N’Dalatando, en Kala-Kala, en Luena, en Benguela... centros de
profesionalización donde los que fueron meninos da rua son ahora
maestros de carpintería, practican capoeira
y juegan al fútbol, se preparan para el mercado laboral. Tras la jornada de
horas inagotables, al llegar a la sede de la Inspectoría en Luanda, siempre una
luz brillaba de madrugada en el despacho del padre Martín Lasarte, formulando proyectos,
organizando los trenes para una peregrinación de miles de personas.
Encontrábamos al Padre Filiberto saliendo de noche para buscar a los meninos
da rua, para ver si aquel niño se curó de la herida en la cabeza, charlar
con ellos, insistirles para que no sigan fumando djamba (marihuana) o inhalando gasolina. El Padre Vicente cuidando
de todos los de la casa, y de cada detalle. Y los jóvenes voluntarios
españoles, italianos o angoleños compartiendo las experiencias del día.
Los salesianos fueron para nosotros en Angola un ejemplo
de perseverancia, buen hacer y actitud de entrega hacia la vida. El trabajo con
los jóvenes ha impreso en ellos una huella común: un brillo de bon- dad en la
mirada, la risa siempre asomando para enfrentar un trabajo inmenso y una
determinación de hierro.
Nos hicieron sentir parte de una comunidad. De los padres
salesianos recibimos mucho cariño y también una lección de vida. Merece la pena
vivirla así.
Sólo los salesianos permanecieron con los angoleños
durante los años más duros de la guerra y su trabajo sigue dando frutos
visibles.
Lo hemos contado en el documental “Rua Don Bosco”.
(Tomado de Misiones Salesianas,
nro. 237)