El misionero jesuita Pierre
Ceyrac falleció el pasado 30 de mayo en la India. Tenía 98 años y había
pasado más de 60 al servicio de los pobres y de los niños en la India y en
Camboya. “Creo profundamente que el amor
es más fuerte que la muerte y que los hombres somos unas máquinas de amar la
belleza. Cuando nos decidamos a amar, resolveremos los problemas del planeta”,
decía Pierre Ceyrac en un vídeo en el que este misionero se hacía voz de los
que no la tienen.
“Father India”,
como lo llamaban, estuvo hasta los últimos días cerca de los niños abandonados,
los “intocables” y vivió su fe
trabajando siempre al servicio de los más pobres, luchando para que los más
pequeños tuvieran el derecho a ser personas. Inspirado por su amor por el
hombre en el que veía la imagen de Dios, atendió tanto a los leprosos como a
los niños o en estos últimos años a las víctimas del tsunami.
Los que tuvieron la posibilidad de cruzarse con este “profeta del siglo XX” en el Loyola
College, la gran universidad jesuita de Madras donde Pierre Ceyrac se había
instalado desde 1952, quedaron “tocados”
por su inmensa bondad. “No puede guardar
ni un minuto una rupia", decía sobre él uno de sus hermanos jesuitas,
acostumbrado a verle siempre bajo un nubarrón de niños sonrientes y de mendigos
andrajosos cada vez que atravesaba el pórtico de la universidad. El viejo
jesuita daba todo lo que tenía en el bolsillo. Tampoco pueden olvidar la devoción
con la que celebraba la Eucaristía. Como decían sus hermanos jesuitas “Todo lo que era Pierre Ceyrac estaba allí,
en esta oración infatigable y este don total, sin reserva ni cálculo. Como un
niño”.
“La India nos
devuelve el contacto con nuestra alma de niño, como si el tiempo pasado, antes
de ser cristianos, hubiéramos sido indios”, tenía la costumbre de decir
para explicar su afecto profundo al alma de la India.