Entrevista al prefecto apostólico de Battambang
ROMA, domingo 29 julio 2012 (ZENIT.org)
María Lozano entrevistó a monseñor Enrique Figaredo
Alvargonzález SJ, prefecto apostólico de Battambang en Camboya, para el
programa semanal de radio y televisión "Donde Dios llora",
producido por la Catholic Radio and Television Network, en
conjunto con la fundación pontificia de caridad católica Ayuda a la Iglesia
Necesitada.
- Usted entró en el noviciado de la Compañía
de Jesús a los 20 años en Madrid. ¿Por qué y cuándo fue el cambio a Camboya?
- Yo buscaba un encuentro con Dios y bueno, lo tuve en mi noviciado y lo
tuve cuando estaba estudiando filosofía. Pero cuando acabé la carrera
económica, mi razonamiento era que quería poner los rostros a esos números que
había estudiado en la carrera, así que le dije a mi provincial que quería ser
voluntario para refugiados y aprender de esas personas. Pensé que los
refugiados eran los que me iban a enseñar cómo es ese Jesús, ese Cristo
sufriente. Estaba preparado para cualquier cosa y de repente me llegó una carta
de Bangkok, del Servicio Jesuita para los Refugiados: “Te esperamos aquí el 1
de septiembre”. Esa carta llegó en mayo, todavía no había hecho los exámenes de
fines de carrera y bueno, me puso muy nervioso…
- Además Camboya estaba aún en guerra…
- Sí, sí…, tuve que mirar en el mapa cómo era aquello. Las primeras fotos
que vi de camboyanos estaban todos con el 'cromá', con esta prenda que llevo.
El cromá es un pañuelo, un fular que en Camboya es multiusos, se usa tanto para
el sudor como para taparte del sol, como toalla, o como hamaca para que duerman
los pequeños. Si tuviéramos que escoger un símbolo de Camboya para identificar
al pueblo camboyano, tendríamos que escoger al cromá. Entonces, cuando yo llevo
este cromá es un poco como llevar a Camboya conmigo.
- Usted llega en septiembre de 1985 a Camboya
que estaba en guerra, ¿cuál fue su primera impresión?
- Bueno, primero miedo, muerto de miedo. Cuando fui a los campos de
refugiados fue una odisea. Había que pasar cinco controles militares y cada vez
que pasabas un control militar, las cosas se hacían más, como más oscuras: los
militares vestidos de negro, poco sonrientes, te pedían tus papeles de una
manera muy violenta. Cuando llegué a la puerta de campo de refugiados, eso
nunca lo olvidaré, se abrió el paso a nivel y entramos. De repente: vi niños,
muy mal vestidos, descalzos, ¡pero alegres! Recuerdo mucha alegría, vida…vida,
vida en plenitud aunque vivían encerrados en un campo de refugiados, digamos
como prisioneros de guerra.
- ¿Y qué pasó entonces?
- Entonces fui a visitarles y me recibió Jhaimét, que era el jefe, como el
líder de ellos. Me acuerdo muy bien: estaba de pie con sus muletas, le faltaba
una pierna, la otra la tenía malherida y le faltaba un ojo. Yo no hablaba en
camboyano, pero había un chico que me tradujo. Me dijo: “he oído que vienes a
ayudarnos”, y yo --muerto de miedo--, “sí, sí…”. Y dice: “pues no te preocupes,
te diré que es lo que necesitamos”. En ese momento sentí una paz impresionante,
por decir así, la voz de Dios era Jhaimét que me decía: “no te preocupes, aquí
te acogemos, te queremos…”
- Camboya es un país de una mayoría budista, o
sea que en estos campos de refugiados, la mayor parte de la gente también son
de religión budista ¿no?
- Sí, sí, mayoritariamente budistas. Por supuesto que hay católicos, pero
pocos. Además la guerra se encargó de que desaparecieran. Mucha gente fue
asesinada: sacerdotes, obispos, todo el mundo… En los campos quedaba como un
pequeño resto de Israel, de cristiandad, pequeñas familias, muchas veces sin
cabeza de familia. En la mayoría era una viuda, a veces no había ni esa cabeza
de familia, eran hijos de católicos pero sin gran formación y ellos también
requerían una ayuda especial.
- En la ceremonia de toma de posesión de la
Prefectura Apostólica, hubo una superviviente que dio su testimonio y habló de
la iglesia de Camboya como “una iglesia que en los últimos 30 años había sido
una iglesia de lágrimas y sangre”. Se refería a la persecución de los Khmer
rojos de Pol Pot, a lo que está usted haciendo referencia... ¿La iglesia de Camboya
es una iglesia mártir?
- Sí, es una iglesia mártir. La iglesia de Camboya fue arrasada totalmente.
Todos nuestros líderes, como le decía antes, los obispos, los sacerdotes, las
religiosas, los muchos catequistas fueron asesinados. El que no fue asesinado
murió de hambre o de enfermedad y la comunidad quedó muy mal. Hoy en día
tenemos dos sitios en Camboya en donde nos acordamos de los mártires. El 7 y el
8 de mayo nos acordamos de ellos. Pero en la memoria de estos mártires también crecemos
en fe, porque han sido personas que murieron con la fe viva. El obispo Paul Tep
Im Sotha, primer prefecto apostólico de Battambang, al que yo sucedo, dos días
antes de morir celebró una misa, dio la bendición a todos y les dijo: “malos
tiempos vienen, cuidad de vuestra fe, cuidad la fe de unos a otros”. Se acabó
la misa, salió en coche y lo asesinaron. El obispo Joseph Chhmar Salas, de
Phnom Penhg fue nombrado obispo cuatro días antes de que los Jemeres Rojos
entraran en Phnom Penhg; su obispado fue en los campos de los arrozales…
- …Que eran como campos de concentración, hay
que explicar eso ¿verdad?
- Eso es, y en esos campos de concentración él ejercía de pastor y visitaba
a los católicos. Rezaba y celebraba la eucaristía con muchísimas limitaciones,
pero lo hacía. Cuidaba de su gente como una persona pobre y terminó muriendo de
hambre y de enfermedad. Después de su muerte, su cruz pectoral la recogieron
sus padres, y la gente se reunía a rezar en torno a la cruz pectoral del obispo
Salas.
- Un testimonio que a usted le debe dar mucha
fuerza ahora que si bien ya no es —gracias a Dios—, una iglesia mártir, aún
sigue siendo una iglesia que sufre necesidad…
- Así es. Después de Pol Pot vino un régimen comunista pro-vietnamita que
hizo sufrir mucho a la gente, que no dio libertad religiosa, por lo que la
gente siguió padeciendo y sufriendo en pobreza y sufriendo por libertad. Y
bueno, la memoria de todos nuestros mártires nos da mucha fuerza porque los
hemos visto entregándose en el sufrimiento, y nuestros católicos también han
pasado por muchísimo sufrimiento y hoy dan testimonio con su vida.