María del Prado Fernández Martín, misionera comboniana en
Isiro, en la República Democrática del Congo, nos habla de su preocupación por
las consecuencias de un brote del virus del Ébola en la zona en donde vive
ella:
“‘A perro flaco todo son pulgas’, eso es lo que dice el
refrán español y eso es lo que se hace realidad muchas veces en contextos y
personas con pocos recursos. En Isiro, en la provincia Oriental de la República
Democrática del Congo vivimos una epidemia de Ébola desde hace ya un mes. Para
quien no haya oído hablar de esta enfermedad, esto le dirá poco o nada. A
nosotros nos dice mucho porque el Ébola es la peor enfermedad, hoy por hoy,
para el ser humano. Es un virus que se transmite a través de los fluidos
humanos, no se sabe su origen ni hay medicamentos para curarlo. Solo se para
cuando se consigue cortar la cadena de transmisión.
Desde hace ya un tiempo veníamos constatando que había
muchas muertes ‘rápidas y raras’ en la ciudad. De la noche a la mañana la gente
moría y nadie sabía el por qué. Luego se oyó que el virus del Ébola estaba
actuando en Uganda, un país limítrofe con la R. D. del Congo, y luego
tímidamente se empezó a hablar de Ébola en Isiro. Se mandaron a analizar a
Kinshasa, la capital, muestras de varios enfermos, y el resultado fue positivo.
Había una epidemia de Ébola en Isiro.
Enseguida vinieron los ‘Médicos sin fronteras’ y
especialistas de todo tipo. Había que frenar la epidemia lo antes posible si se
quería evitar un desastre. Un comité de expertos elaboró una lista con
recomendaciones sobre lo que había que hacer o evitar para impedir el contagio.
El comunicado se leyó en todas las iglesias de todas las confesiones, en las
emisoras de radio, en todos los encuentros… Sobre todo se tenía que evitar el
contacto directo, de modo particular saludarse estrechándose la mano. Pero
mucha gente se ríe literalmente de estas recomendaciones y siguen teniendo los
mismos comportamientos de riesgo de siempre. Piensan que la enfermedad viene
porque un espíritu malo les ha echado una especie de ‘mal de ojo’ y no pasará
hasta que mueran tantas personas como ese espíritu malo ha decidido.
En el hospital central de Isiro los ‘Médicos sin
Fronteras’ trabajan sin denuedo para atajar la enfermedad. Aíslan a los
pacientes que presentan la enfermedad y siguen a aquellos que aparentemente
pueden desarrollarla, los pacientes de riesgo. Un equipo de colaboradores
locales les ayuda en las tareas de higiene, con una vestimenta especial que
impide el contacto con el enfermo o el ambiente en el que éste está. Cuando
detectan un caso seguro todo lo que pertenecía a la persona se quema o se
desinfecta.
Hasta ahora son 11 las personas que han muerto por causa
de esta enfermedad. Los casos sospechosos son mucho más numerosos. Dicen los
expertos, que este tipo de Ébola que está actuando en Isiro, no es tan letal
como el de Uganda y que por eso la contaminación es más débil.
Ahora cuando parece que todo está bajo control se
presenta otro fenómeno y es el de la ‘ausencia’ de enfermos. Aquellas personas
que presentan los síntomas de la enfermedad tienen miedo a ir al hospital
porque piensan que van a morir. Con lo cual se marchan hacia lugares más recónditos
y allí la contaminación puede ser mucho más virulenta. Y los centros de salud
están casi vacíos, nadie quiere ir a curarse por miedo a contaminarse.
El día 3 fue el inicio del curso escolar. A pesar de
todo, el ministro de educación dijo que no había peligro de contaminación y que
las escuelas debían empezar. Pero la realidad es que estas, aquí en Isiro,
están casi desiertas. Los padres de los alumnos no han pagado las matrículas
debido al alto coste de la escuela y de todo lo que ella conlleva, pero también
porque hay miedo a la contaminación, al estar juntos.
Este es el panorama que estamos viviendo en estos meses
de agosto y septiembre. Y eso nos limita mucho en nuestras actuaciones. Las
salidas que podemos efectuar en estos momentos son muy pocas, casi nulas, y
ello por el riesgo de contaminación. Hemos vivido momentos de tensión, sobre
todo al inicio cuando mucha gente que no era del Congo salió de estampida de la
ciudad por miedo a la contaminación.
Nuestra presencia, aunque no trabajemos directamente para
combatir esta enfermedad, es una señal de esperanza para la población. Y de un
modo conciso y con un francés un poco pobre lo explicó uno de nuestros
colaboradores cuando alguien le preguntó y le dijo: ‘Oye, todos los extranjeros
se han ido de la ciudad, ¿por qué los blancos de vuestra parroquia siguen allí?
¿Por qué no se han ido ellos también?’, y él les respondió: “Porque estos
blancos de nuestra parroquia son hijos de Comboni y él había dicho: ‘hay que
morir por África’. Bueno, tampoco hay que exagerar, pero esa es nuestra
mentalidad. Estar al lado del que sufre, acompañando, dando esperanza”.