Día del Misionero Extremeño en Mozambique.
Sábado 7 de marzo de 2015. Me
levanto a las 5.20h, normalmente no me cuesta trabajo levantarme temprano, a
esa hora ya hay luz y hace calor, pero hoy estoy molido. Ayer me fui a dormir
muy tarde, participamos a una misa funeral en Maputo por un joven sacerdote mozambiqueño
que murió tras una breve enfermedad, cuando llegamos a nuestra Misión ya era
después de la medianoche. Tenemos misa y una reunión en una de las 12
comunidades de nuestra Parroquia. Preparo todo lo que tengo que llevar. Cuando
estoy desayunando llama a la puerta una de nuestras cristianas, pide ayuda para
su cuñada, anoche a las dos de la mañana dio a luz una niña y quieren ir al
hospital. Sé que su casa está a una cierta distancia, así que le digo que
recojo mis cosas y nos vamos a buscarla. Me dice que ya está allí mismo. Efectivamente
cerca de nosotros está una mujer joven con una niña envuelta en una manta. No
me resisto a verla: es preciosa. Y la madre allí, de pie, tres horas después de
dar a luz. Subimos al coche. Aunque la madre me parece una chiquilla, me cuenta
que ésta es su segundo hijo, no sé si el otro es niño o niña, en la lengua
changana no hay géneros. Me impresiona que hace un rato estuviese dando a luz y
ahora la veo tan tranquila sentada a mi lado. No la quiero cansar con
conversación. Voy pensando en qué será de esta niña, viene al mundo en un lugar
donde la vida es muy dura. De qué manera podemos hacer algo para que su vida
sea un poco sea menos sufrida que la de su madre...?
Un poco antes de llegar al
hospital veo un grupo de personas, traen un cuerpo en una improvisada camilla
hecha con una capolana –tejido típico africano-, le cuelgan las piernas y los
brazos. Cuando paramos en hospital nos cuentan que al que llevan es a un
chiquillo que el día anterior fue atrapado por un cocodrilo en el río cuando
lavaba ropa. Le oyeron gritar y su hermana que acudió en su ayuda, sólo pudo
ver como el cocodrilo lo arrastraba y lo metía en el agua. Estuvieron toda la
tarde buscándole sin éxito y sólo por la mañana lo encontraron. En cierto modo
están contentos porque han recuperado el cuerpo entero, con todo el ruido de la
búsqueda el cocodrilo no tuvo oportunidad de comerlo. Qué horror! El chiquillo
tenía 14 años.
Dejamos a nuestros pasajeros en
el hospital y seguimos camino hacia Valha, la comunidad que vamos a visitar,
con el agridulce sabor de la vida y de la muerte. Me acompaña un catequista.
Celebramos la Eucaristía, tenemos el encuentro para revisar la vida de esta
comunidad, que poco a poco va creciendo.
A mediodía estamos de vuelta.
Pasamos por el hospital para ver cómo están la madre y la hija y nos dicen que
hace un momento que han salido. Los encontramos un poco más adelante. Albino,
el catequista, vuelve a ceder su lugar a madre e hija –el coche es monocabina-,
la madre me cuenta que la niña está muy bien de salud y ella también, por eso
los mandan de vuelta a casa. Dice que tienen suerte de volver con nosotros en
coche. Las llevamos hasta su casa, una pobre chabola, en la que nació esta
niña.
Por la tarde tengo catequesis con
un grupo de adolescentes que se están preparando para recibir el bautismo esta
Pascua. Mi grupo de catecúmenos conocen al infortunado chico muerto en el río,
son colegas de estudio. Me estremece pensar que algún día le pueda ocurrir a
alguno de ellos que van continuamente al río a buscar agua, lavar ropa o tomar
baño. También me preocupa que los pueda devorar este mundo, que contraigan el
sida tan extendido en este continente, que las chicas tengan un embarazo precoz
y tengan que dejar de estudiar, que los chicos abandonen la escuela para buscar
cualquier trabajo con que ayudar en sus familias. Conocer a Jesús y su mensaje
es lo mejor que les puedo dar.
Los primeros domingos de cada mes
tenemos la colecta del ofertorio para los más necesitados de la comunidad. Pregunto
a los catecúmenos cómo colaboraron el domingo. Silencio. Les insinúo que el
próximo domingo de la Caridad deberían ayudar con algo. Me dicen que no tiene
dinero. Eso ya lo sé, pero tienen cabeza y manos. Alguien sugiere que pueden
recoger leña y llevar agua a las viejecitas que están solas. Una chica propone
que cocinemos “bagias” –una especie de empanada- y que las vendamos en la
calle. Es una buena idea la de las “bagias”, les digo. Todos se ríen de mí,
esta palabra “bagias” no la conozco bien y debo haberla pronunciado mal y por
eso se ríen de mí. Otro dice que podemos congelar helados y llevarlos a la
escuela, allí nadie los vende y seguro que tendría éxito en este tiempo de
calor. Yo también apoyo esa idea, además podemos congelarlos en la nevera de
nuestra casa. Con el dinero que saquemos compraremos algo que llevar a las
personas más pobres de la zona. Hoy, además de haber estudiado nuestro tema de
catequesis, hemos iniciado una microempresa. Todos están entusiasmados con la
idea.
Pasa un día más, el Día del
Misionero Extremeño. Seguro que en Almoharin también ha sido un día intenso,
lleno de deseos de que nuestras Diócesis de Extremadura sigan comprometidas en
la dimensión misionera de nuestra Iglesia. En la calma de una estrellada noche
africana miro hacia el cielo con este deseo, que ningún ser humano sea devorado
por el mal en cualquiera de sus facetas, que, con nuestras pequeñas fuerzas anunciemos
ese Reino de Dios en el que serán derrotados los que siembran dolor innecesario,
donde los niños que nazcan encuentren un lugar adecuado para vivir alegres y
saludables. Donde “cada uno con los dones
que ha recibido los ponga al servicio de los demás”, especialmente de los
que más sufren. Paco
González Jiménez. Sacerdote diocesano de Coria-Cáceres. Misionero del IEME en
Mozambique.