Después de varios años sin faltar a la cita del Día del misionero extremeño el primer sábado del mes de marzo, este año no me va a ser posible unirme a ese gran grupo de amigos que en esta fecha nos solemos encontrar. Motivo de mi ausencia: estoy en Mozambique desde hace ya casi diez meses. Ahora que lo escribo me sorprende que ya hayan pasado diez meses. Los primeros dos meses los dediqué a conocer los distintos lugares en los que trabaja el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras) en Mozambique, para después, con el grupo, elegir mi destino, que es la misión de Sabie, en la diócesis de Maputo. Los seis meses siguientes los dediqué al estudio de la lengua changana en la diócesis vecina de Xai-xai.
Desde hace dos meses estoy trabajando en la misión de Sabie. Es una zona rural de una extensión de más de 3.000 km/2 en la estamos tres religiosas (Hijas de María Madre de la Iglesia) y dos sacerdotes (un diocesano de Segovia y yo). Esta parroquia ha estado prácticamente abandonada desde los años de la guerra (década de los setenta). Hace cuatro años comenzó a trabajar el compañero con el que convivo, y el año pasado llegó la comunidad de religiosas. Como os podéis imaginar estamos en el inicio de los trabajos, acompañando las pequeñas comunidades que aquí y allá van surgiendo. Al principio rezábamos debajo de algún árbol, pero poco a poco las comunidades van construyendo sus pequeñas capillas. Al lado de estas capillas, en colaboración con el Ministerio de Salud hemos construido diez puestos de salud, que están siendo muy valorados especialmente en las comunidades más alejadas donde no había ninguna posibilidad de atención sanitaria. Este año queremos comenzar también algún tipo de colaboración en la educación.
Poco a poco vamos entrando en esta nueva realidad. Con la lengua voy haciendo mis pinitos, ya hasta predico en changana, eso sí, no sé qué entenderán mis feligreses.
En este tiempo hay dos sensaciones que se encuentran dentro de mí: por un lado, una gran impotencia ante la situación que veo a mi alrededor y lo poco que podemos hacer por mejorarla; y a la vez una sensación de paz, un sentirse sostenido, donde lo lógico sería caer frustrado. Hace unos día leí una frase que me gustó y a la que le doy vueltas a menudo en esta etapa de mi vida: “somos débiles inquebrantables por la fe”.
Feliz Día del misionero extremeño para todos. Un abrazo.
Paco González. Misionero diocesano de Coria-Cáceres.