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Mons. Jesús Tirso Blanco |
Lwena es una población del este de Angola, sede de la
diócesis del mismo nombre, que cuenta con una gran presencia de niños de
Infancia Misionera. Este año se han distribuido 300 ejemplares entre los
animadores y catequistas de un manual de Infancia Misionera adaptado a la
realidad de este gran rincón de África – la diócesis tiene nada menos que
223.043 kilómetros cuadrados, casi las dimensiones de Italia, pero con sólo
700.000 habitantes. Para apoyar a estos niños y ayudar a muchos compañeros
suyos que lo están pasando mal – se cumple el lema de Infancia Misionera los
“niños ayudan a los niños” –, Infancia Misionera les ha hecho llegar 38.500 dólares
para alimento, libros y, por qué no, balones de fútbol y baloncesto.
Mons. Jesús Tirso Blanco, salesiano, es el obispo. Aunque
argentino, lleva 27 años en Angola. Desde 1985. Mons. Jesús ha impulsado la
Infancia Misionera y quiere que se formen como misioneros, que sean dignos
herederos de sus padres que mantuvieron la fe hasta el martirio. Y es que
durante años esta diócesis ha sufrido la persecución y la violencia. Muchas
comunidades cristianas no vieron a un sacerdote o a un misionero por mucho tiempo,
pero se mantuvieron vivas, en medio de una situación de guerra civil, sobre
todo gracias a los catequistas laicos, de los que muchos dieron su sangre.
Tras 20 años de violencia toda la zona de Lwena estaba
devastada. Todas las familias tenían un muerto que llorar. Hubo campos de
refugiados. Hoy hay zonas peligrosas por las minas enterradas durante la
guerra. Pero poco a poco, la Iglesia ha ido reconstruyendo sus estructuras para
dar servicio a la población.
Estructuras como la Casa de Familia que acoge a chicos de
la calle – y con la que colabora Infancia Misionera – porque otra de las
consecuencias de la guerra ha sido el desarraigo, la droga y la delincuencia.
En ella viven durante el día 150 niños que escapan así a su dura realidad. Y
este 8 de julio pasado, se reinauguraba la catedral, tras largos trabajos para
borrar de este edificio las cicatrices de la guerra. Por supuesto, con una
ceremonia al estilo africano que duró horas y en la que participaron
innumerables fieles. Todos los presentes vieron esto como una señal de
esperanza y de paz.