Mons. Juan José Aguirre es Misionero Comboniano, nacido
en Córdoba, y, desde el año 2000, obispo de Bangassou, una región tan grande
como Andalucía y una de las nueve diócesis de la República Centroafricana.
Desde la misión escribe esta carta, que ha titulado “Navidades blancas,
Navidades negras”, para felicitar la Navidad y también para denunciar el dolor
de muchas personas en el país donde ejerce su misión:
“Sois miles de amigos los que habéis trabajado para que
la diócesis de Bangassou vaya adelante, o habéis venido a hacer campañas
quirúrgicas en condiciones extremas, o habéis ayudado a cargar los contenedores
o habéis participado en la comida para sacar adelante el proyecto de la nueva
maternidad. Miles los que habéis sembrado estrellas de paz sobre una tierra de
Bangassou huérfana de dichas. Gracias a todos y feliz Navidad.
En Centroáfrica no estamos para muchas algarabías porque
la situación política sigue siendo bastante oscura, un túnel que dura ya 6
años. En zona de alto riesgo la Navidad tiene que ser solidaridad con los
pobres. Allí, todas las parroquias ponen un pesebre fabricado con arcilla, con
la mula y el buey por supuesto, como la tradición cristiana apoyada por el Papa
nos ha querido enseñar, con muchos ángeles, para que sus cantos de gloria
apaguen el murmullo del miedo, con los pastores de siempre, los de la fe del
carbonero, que traen regalos al Niño porque ese Niño en la cuna es la esperanza
de que mañana será mejor que hoy. Las corales ya ensayan los cantos de la misa
del 24 tarde-noche, que es la esencia de la Navidad allí, porque eso de la
comida familiar no se estila en Bangassou. No porque no haya familia, más bien
porque no hay comida. Además, si se mira bien, la auténtica familia es esa que
se reúne en torno al coro para celebrar la misa o proclamar la Palabra de Dios
en cada capilla de la selva. Si me apuráis en lo de la comida, el 25 se prepara
un banquete de gacela y mono para los pobres, auténtica navidad negra con carne
de mono y aceite de palma en donde los viejitos, dementes, marginados y
huérfanos de la plaza, se ponen hasta las cejas. Nadie se olvida de los más de
300 hermanos o hermanas, primos o nietos raptados por la guerrilla, de los que
nadie sabe si volverán a casa o no, muñecos frágiles en las manos de sus verdugos,
el sempiterno ‘ejército de resistencia del señor’ (LRA) que aún sigue capo,
señorito y amo de la selva de Bangassou.
Recordáis que, hace bastantes meses, la ONG americana
‘Niños invisibles’ publicó unas fotos sobre Joseph Kony, líder de la LRA, definiéndolo
como el mayor asesino actualmente en libertad y correteando impunemente por
donde quiere. Decía este organismo humanitario a los millones de personas que
lo vieron y leyeron que había que poner freno a sus asesinatos, violaciones en
masa, vejaciones sin número como la de obligar a sus prisioneros aún jóvenes a
comer carne humana o a cortar cabezas con el machete y que este ‘poner freno’
(‘Stop Kony 2012’), quien tuviera que hacerlo, tendría que ser antes del final
del año 2012. Pues bien, ni el hecho de ser buscado por el TPI (Tribunal Penal
Internacional), ni el grito de alarma de esta ONG a la que algunos pusieron de
vuelta y media por no sé qué razones, vergüenza me da contarlo, sin que ellos
mismos movieran un dedo por saber quién era Kony, ni todo el clamor ni la pena
destilada de horror del pueblo con quien vivo en Centroáfrica, han servido para
poner fin a la consternación que este ugandés sigue provocando donde él o sus
secuaces ponen sus asesinas manos. Desde hace 6 años el pueblo zande que vive
al este de Bangassou camina como con una mochila llena de piedras en sus
espaldas porque estos indeseables de Kony pagan con estos pobres campesinos la
sinrazón de su propia existencia. Me dicen los misioneros que viven entre ellos
que ya es un matar por matar. Una religiosa peruana fue hace unos meses en un
taxi-moto, de paquete durante muchas horas por entre rocas y puentes rotos, tan
solo para consolar a aquellos que habían perdido a sus hijos secuestrados por
los rebeldes. Después de la llamada de la ONG a poner fin a aquella salvajada,
me parece que la mayor parte de la prensa mundial puso otra vez a Kony debajo
de un caparazón de silencio y olvido hasta que hace unos días el programa
Pueblo de Dios volvió a desenterrarlo. Me cuesta reconocerlo pero soy testigo
de que las previsiones de la ONG no se cumplieron. Llegaron dos decenas de
soldados americanos con un helicóptero radar, perfectamente pertrechados, se
construyeron dos campamentos militares de lujo, que cuestan decenas de miles de
dólares, pagados por los EEUU a tocateja. Se han atrincherado, comen pizzas o
perritos calientes a la carta e informan a quien les pregunte donde están
agazapados los grupúsculos de rebeldes que pululan a sus anchas por la selva y
atacan poblados un día sí y otro no. Pero ellos no irán nunca a buscarlos a la
selva profunda ‘porque ese no es su trabajo’.
Creemos por pura esperanza que el 2013 será mejor que
éste. La cuna del pesebre es el mejor signo de esperanza: Dios con nosotros. Si
El, después de la fragilidad de la cuna y de la cruz triunfó con su
resurrección, nosotros creemos que también triunfaremos de la herida siempre
abierta de la LRA. Mientras tanto la gente me dice que es Navidad, que a mal
tiempo buena cara, que después de la tempestad viene la calma y que aunque el
río esté revuelto vamos a cantar que se acerca la Navidad y a preparar la
fiesta del 50º aniversario de la fundación de la diócesis de Bangassou, que
será durante todo el 2013. Voy al orfanato y me encuentro a todos los niños
corriendo detrás de una pelotita de resina, riendo a carcajada suelta cada vez
que alguien da una patada al aire. Las niñas están haciendo rosquillas de
navidad mientras miran de reojo a los pequeños que juegan entre las cabras y
las gallinas que crían en el orfanato. Mirando a Noemí, de 3 años, que
recogimos en una zanja con un día de vida y crece desde entonces en el
orfanato, me digo que eso es ‘pintarse la cara color esperanza’, es decir color
navidad. Sentado junto a los viejitos acusados de brujería de la casa de la esperanza
me digo que el basurero de la selva no tiene porqué empañar la dulzura de la
navidad. Navidad blanca o navidad negra o como dicen allí, navidad color de la
piel de cebra”.