El pasado 2 de enero el Santo Padre hacía público el
mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo día 11
de febrero. Desde que Juan Pablo II instituyera en 1992 esta jornada en la
memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, son ya 21 las celebradas. La de este
año, en el contexto del año de la fe, ha dado ocasión a Benedicto XVI para
recordar a “muchas figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las
personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y
espiritual”.
La primera figura que cita el Papa es a la patrona de las
misiones, Santa Teresita del Niño Jesús, quien, “experta en la scientia amoris,
supo vivir en profunda unión a la Pasión de Jesús la enfermedad que la llevaría
a la muerte en medio de grandes sufrimientos”. Benedicto XVI enumera a quienes
han dado testimonio de la fe a través de la diaconía de la caridad: “El
venerable Luigi Novarese, del que muchos conservan todavía hoy un vivo
recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de su ministerio la
importancia de la oración por y con los enfermos y los que sufren, a los que
acompañaba con frecuencia a los santuarios marianos, de modo especial a la
gruta de Lourdes. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó
su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen, hasta en
los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la Jornada
Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día
encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el
rosario en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren,
especialmente en los que no son queridos, ni amados, ni atendidos. También
santa Ana Schäffer de Mindelstetten supo unir de modo ejemplar sus propios
sufrimientos a los de Cristo: «La habitación de la enferma se transformó en una
celda conventual, y el sufrimiento en servicio misionero…». Fortificada por la
comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y
un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo. En el
evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al
Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la
esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo
acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de
Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio
iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se
encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo
del Señor”.