El Cura Brochero fue beatificado el sábado 14 de
septiembre, en una multitudinaria celebración presidida por el prefecto de la
Congregación para las Causas de los Santos y enviado papal, cardenal Angelo
Amato, en el pueblo de las sierras de Córdoba que lleva el nombre del sacerdote
que llevó a lomo de mula el Evangelio y el progreso a los más necesitados de la
región.
El Papa Francisco, con este motivo, ha hecho llegar una
carta en la que manifiesta su cercanía en la beatificación de este compatriota
suyo:
“Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es
una alegría y una bendición muy grande para los argentinos y devotos de este
pastor con olor a oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre
por estar bien cerca de Dios y de la gente, que hizo y continúa haciendo tanto
bien como caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido.
Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula
malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200
kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa a los bisabuelos y
tatarabuelos de ustedes, para preguntarles si necesitaban algo y para
invitarlos a hacer los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a
peinar ovejas.
El Cura Brochero era una visita del mismo Jesús a cada
familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de oraciones con la
Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo invitaban con mate,
charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo entendían porque le
salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús.
José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la
oración. Apenas llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a
Córdoba para hacer los ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡Con
cuánto sacrificio cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno,
para rezar en Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa
Casa de Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el
crucifijo para conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de
Jesús, y todo culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote
lleno de caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia!
Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo
misionero, esta valentía de su corazón compasivo como el de Jesús que lo hacía
decir: «¡Guay de que el diablo me robe un alma!», lo movió a conquistar también
para Dios a personas de mala vida y paisanos difíciles. Se cuentan por miles
los hombres y mujeres que, con el trabajo sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio
y las peleas. Todos recibían los sacramentos durante los ejercicios
espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de la fe para ser buenos hijos de
Dios, buenos hermanos, buenos padres y madres de familia, en una gran comunidad
de amigos comprometidos con el bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos
a otros.
En una beatificación es muy importante su actualidad
pastoral. El Cura Brochero tiene la actualidad del Evangelio, es un pionero en
salir a las periferias geográficas y existenciales para llevar a todos el amor,
la misericordia de Dios. No se quedó en el despacho parroquial, se desgastó
sobre la mula y acabó enfermando de lepra, a fuerza de salir a buscar a la
gente, como un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús quiere hoy,
discípulos misioneros, ¡callejeros de la fe!
Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de
nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la
misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yo-me-mi-conmigo-para mí» del
egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la
ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para
encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el
cuerpo al trabajo. Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio
de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad de cada
persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final: continuaba
rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso.
Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo,
en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con
Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al hermano, a
tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios. Solo así
gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la
felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo.
Pido al Señor les conceda esta gracia, los bendiga y
ruego a la Virgen Santa que los cuide”.
José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de marzo de
1840 en el paraje Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en el
norte de Córdoba.
El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote y desde
1869 se instaló en Villa del Tránsito, localidad de Traslasierra que desde 1916
lleva su nombre.
Brochero movilizaba a miles de hombres y mujeres
-campesinos, delincuentes, olvidados- a través de caminos inhóspitos para
participar de ejercicios espirituales, primero en la capital cordobesa, lo que
demandaba tres días de marcha, y después en una casa propia en Villa del
Tránsito.
El sacerdote tuvo un fuerte protagonismo social, al
realizar gestiones ante las autoridades que hicieron posible la apertura de
caminos, acequias, diques, una estafeta postal y un telégrafo. También supo
cuestionar a legisladores cordobeses que "no se interesaban por el
progreso de sus comprovincianos", decía, al no promover leyes para que el
tren llegara a estos poblados.
Brochero tuvo un papel activo en la epidemia de cólera
que afectó a la población de la provincia de Córdoba. Enfermó de lepra por
compartir el mate junto a pacientes con esta enfermedad, quedó sordo y ciego.
Murió en 26 de enero 1914.