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22 de abril de 2014

Desde la tierra de los preferidos de Jesús: una niña milagro en Níger


El misionero de la Sociedad de Misiones Africanas, Paco Bautista, escribe a sus hermanos misioneros aquí en España una carta en la que cuenta una experiencia vivida en su misión de Niamey, Níger.
“Una sonrisa no cambia el mundo, pero conmueve el corazón, al menos el mío. Ayer tarde volví al hospital y volví a encontrarme con los enfermos y sus familiares. Detuve mi mirada en una niña de no más de diez años con una desnutrición tan severa como la que vi en Bubakar, o quizá más. Era un verdadero ‘Cristo’ clavado en una cama. Ramatu no habla, no ríe, no tolera casi ningún alimento, me comentó su abuela.
Yo me acerqué a su cama, la tome de ambas manos, las fui acariciando con ternura, con delicadeza. La mire directa a los ojos. Le sonreí. Luego le dije:
-Me llamo Paco. Mi nombre es fácil de pronunciar. ¿Cuál es el tuyo?
No dijo nada. Su mutismo era absoluto. La tristeza y la desolación dibujaban aquel rostro con más muerte que vida. Cada uno de sus huesos se podía contar. Pero insistí. No me di por vencido.
- Mi nombre es Paco, Paco... No es difícil, ¿cuál es el tuyo?, además-, añadí, nadie te ha dicho que eres una niña muy guapa, ¡pero que muy guapa! Así que no te queda más remedio que decirme tu nombre.
¿Fue mi poder de seducción, me echó una mano Dios desde arriba? No lo sé. Pero en un hilo de voz aquel cuerpo maltrecho dijo: Ramatu, me llamo Ramatu, y tú te llamas Paco.
-No sólo eres guapa, tienes además una voz preciosa- le respondí en tono alegre para insuflarle todo mi ánimo, toda mi cariño. Y fue entonces cuando esbozó una sonrisa, que iluminaron sus enormes ojos tan vivos en aquel cuerpo tan próximo a su final. La abuela, que seguía la escena se emocionó. Dijo: Desde que la ingresamos no había abierto la boca, y mucho menos había sonreído. ¡Que Alá te bendiga! ¡Gracias!
Entonces le acercó su plato con arroz, que tenía olvidado en un rincón. Su abuela la animó a comer, como hacía siempre. La niña negó con la cabeza. Con su mano escuálida me alargó la comida: come tú primero, eres mi invitado. Ramatu compartía el alimento conmigo, con su inesperado amigo Paco. Tomé una cuchara, comí unos granos de arroz, y le devolví el recipiente.
-Ahora te toca a ti. Está riquísimo. Cómetelo entero. ¡Y verás que pronto te pones buena y sales de esta cama! Una niña tan guapa como tú se va a recuperar enseguida. ¡Te lo aseguro! Además, yo le voy a rezar a Alá mucho por ti, porque ya somos amigos. Y para sorpresa de la abuela, la niña comenzó a comer, despacito, muy despacito, según el alimento que su estómago podía tolerar.
Y allí las dejé. La abuela me miró con agradecimiento y Ramatu me dijo adiós con la mano. Yo le guiñé cómplice un ojo y ella volvió a sonreír. ¡Ojalá salga adelante! Sería un auténtico milagro. Pero, ¿por qué no? No dejemos de rezar por ella.
Una última palabra sobre esta niña, ¿no es hermoso que ella, la necesitada de alimento, sea la que tome la iniciativa para compartirlo con quien tiene al lado? Ramatu, sin saberlo, hizo un gesto que los teólogos llamaríamos profético.
Termino como suele terminar Jesús en algunas páginas de su Evangelio: ‘El que tenga oídos para oír que escuche, el que tenga ojos para ver que vea’.
Lo anterior ocurrió el 29 de enero de 2014. No os hablé de la niña porque os conté mi visita a Gaya, y no quería añadir más dolor a la muerte de Bubakar. Pero hoy y después de mi nueva visita al hospital, os comunico con alegría que Ramatu se ha recuperado milagrosamente. Las ganas de vivir, el ánimo recuperado, y algún reconstituyente vitamínico que la providencia le hizo llegar, han obrado el milagro. Ella ya está en su casa, sana y salva. Yo fui testigo cuando le dieron el alta. Aquellos ojos llenos de vida y recuperados volvieron a sonreírme.
-Paco, me dijo con afecto.
-Ramatu, le respondí con alegría.
Mis ojos contemplaron cómo dejaba el hospital acompañada de su familia. ¿No os parece buena noticia? A mí sí. Ya que ningún diario se hará eco de ella yo os la cuento. No podía dejar de compartir con vosotros una alegría así, para que mi gozo lo sea también vuestro.
Una batalla está ganada, pero la violencia del hambre está más activa que nunca por estas tierras. Los datos así lo dicen y la precariedad de las cosechas es alarmante en muchos rincones de Níger.
Con todo mi afecto, una pequeña esperanza desde la tierra de los preferidos de Jesús. ¡Que el Dios de los pobres nos anime a todos a construir su reino! Quedémonos hoy con el buen sabor de boca de que Ramatu le ha ganado la partida a la injusticia de la muerte que estuvo a punto de llevársela”.