Hace unos meses
contemplé un vídeo, cuyos protagonistas
eran niños sirios, que entonaban una canción. La letra, las escenas y los rostros de los niños me dejaron el
corazón anonadado. En medio de actos de violencia, los niños se preguntaban:”¿Qué hemos hecho para que nos
asesinen? Han derrumbado nuestras casas, quemado nuestro colegio… Mundo, ¿dónde
estás?...Gentes, tendednos vuestras manos”.
“En Siria
al Niño Jesús no le faltan compañeros: miles de niños que han perdido sus casas
viven bajo tiendas pobres como el establo de Belén”. Así describe la situación el arzobispo Samir Nassar.
Es una escena que por
desgracia se puede escuchar desde
diversos rincones: Filipinas, Haití, Irak, África…, donde millones de niños se encuentran expuestos a
las balas o a la hambruna.
Javier Negro, misionero
español en Camerún, preguntaba a los niños de una escuela de la misión: ¿qué
os gustaría tener? La respuesta
fue rápida: “agua potable y una capilla”.
Otro misionero, desde Uganda, hizo a los niños una pregunta
parecida: ¿Qué os gustaría pedir a Jesús?
La sorpresa fue mayúscula ante la respuesta de un niño: “Yo
le quiero decir a Jesús, ¿qué necesitas de mí?”
La Obra de la Infancia
Misionera, con su consigna: “LOS NIÑOS
AYUDAN A LOS NIÑOS” pretende
movilizar a los pequeños convirtiéndolos en protagonistas de una corriente de fraternidad, por la que circule la alegría
de la fe, la oración y la solidaridad universal. Con un precioso objetivo: Adoptar a todos los niños del mundo.
Ningún niño o adulto
está tan ocupado, que carezca de tiempo para
rezar todos los días por los demás; ni
es tan pobre, que no pueda meter unos céntimos o unos euros en la Hucha del
Compartir o en el cestillo de la
parroquia.
Millones de niños desde
Kigali a Managua, pasando por Manila y Cáceres, ofrecen juntos sus donativos y
oraciones; con su generosidad logran
poner en pie: miles de escuelas, orfanatos, comedores, dispensarios…; y hacen posible la compra de catecismos,
alimentos y medicinas. Evidentemente,
muchos niños de África, Asia o América
Central sólo pueden aportar unos céntimos a causa de su pobreza, pero unidos a
muchos, permiten que a los lugares más
empobrecidos llegue la ayuda necesaria para vivir con dignidad.
Ellos, como el niño de
Uganda, ante la pregunta ¿Jesús, qué necesitas de mí?, han respondido, con rapidez.
Javier Negro nos recuerda un bello refrán
africano: “Si tienes muchos bienes, compártelos; si tienes pocos, comparte tu
corazón”.
Los niños de Siria, como
también los hambrientos de África o
cualquier lugar del mundo, nos señalan
los lugares donde se encuentran hoy el pobre Lázaro y el rico Epulón.
Pedro Jesús
Mohedano Santibáñez
Director Diocesano
de OMP