UN
AMOR SIN FRONTERAS
Me
impresiona esta afirmación, que surge de lo más profundo del corazón de Santa
Teresita de Lisieux;
“...Una sola misión no me
bastaría; quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en todas las partes
del mundo, hasta en las islas más escondidas. Quisiera ser misionera, no
solamente durante algunos años, sino que haberlo sido desde la creación del
mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos”.
El amor es difusivo, globalizador, sin fronteras…
La razón es sencilla. Quien ha inspirado su vida en el
corazón de la Trinidad se siente identificado con la ternura de Dios: piensa,
ama y vive en clave trinitaria.
En el corazón de Dios está toda la humanidad.
El discípulo misionero ha contemplado, con gozo, el
manantial desbordante de la misericordia de Dios Padre, que nos regala a su
propio Hijo, y éste, después de su resurrección, al Espíritu santo.
Sumergido en esta dinámica de amor, el misionero siempre
está en marcha, al encuentro de los otros, especialmente de los más necesitados
de la caricia de Dios.