TRAS LA HUELLA DE UN VERANO
DIFERENTE
Blanca Murillo y Ana
Pacheco, dos jóvenes cacereñas nos cuentan su experiencia de verano en
Marruecos
Aún
sin conocernos personalmente, si algo nos unía a todos los participantes de la
experiencia de voluntariado en Tetuán era la incertidumbre y el miedo a lo
desconocido, pero también una gran ilusión por embarcarnos juntos durante dos
semanas en una nueva aventura que ya, antes de empezar, todos deseábamos que
dejase una huella importante en nuestras vidas, como puedo asegurar que así ha
sido para cada uno de nosotros.
El
último día y antes de despedirnos, nos prometimos a nosotros mismos que, aunque
hubiese sido una experiencia corta y fugaz en nuestras vidas, sin embargo no
dejaríamos que sólo significase un viaje o vivencia más para añadir y
fácilmente olvidar.
Tras
una realidad impactante y tan diferente a la nuestra, a tan sólo 35 kilómetros
de nuestro país, los primeros días nos sirvieron de toma de contacto, no sólo
con una cultura, religión y costumbres distintos, sino también para conocernos
mejor entre nosotros mismos y las motivaciones que cada uno había traído a este
lugar.
Así,
a lo largo de nuestra estancia en Marruecos, tuvimos la oportunidad de conocer
más de cerca, no sólo Tetuán, la ciudad que nos acogería durante dos semanas,
sino también Tánger, un bonito pueblo costero llamado Asilah y, especialmente,
la denominada “perla azul de Marruecos”, Chefchaouen, donde sus calles pintadas
con un intenso color azul, sin duda nos cautivaron a todos.
De
este modo, a través de algunas de estas excursiones y con la alegría y
confianza de haber tenido un poco de tiempo para conocernos entre nosotros, a
los pocos días de estar allí, iniciamos nuestro voluntariado en las diferentes
asociaciones con las que habríamos de colaborar durante nuestra estancia allí.
Sin embargo, los temores y las inseguridades por no saber qué podríamos
aportar, se hicieron muy presentes durante los primeros momentos, pero Dios
hace fácil lo que parece, en principio, un obstáculo insuperable, y así, poco a
poco, un idioma desconocido, una cultura diferente y distinta religión, no nos impidieron
lanzar un puente de alegría, confianza y cariño con todas las personas con las
que nos íbamos encontrando cada mañana, de modo que una sonrisa abierta y
sincera, un abrazo oportuno y una mirada llena de complicidad se transformaron
sin duda en las mejores herramientas para hacernos entender y poder
comunicarnos.
Cuánta
razón hay en la frase: “no se ve bien sino con el corazón”, y es que es sólo
acercándote y conociendo de verdad a las personas, cuando se nos derrumban
todos nuestros prejuicios e ideas tan equivocadas.
Allí, en Tetuán, al
estar cerca de las madres acompañando a sus hijos