En un lugar donde Dios toca el corazón del hombre. Donde el amor no necesita de palabras, porque está en el paisaje, en las personas y, especialmente, en los gestos.
La providencia nos regaló una jornada de alegría y profundidad.
Llegamos 13 personas para celebrar la fiesta de Santa Teresita de Lisieux con los residentes de aquella bendita Casa.
Eucaristía participada, comida fraterna y fiesta que hizo las delicias de todos los presentes.
Al final, regreso a casa con la sensación de haber recibido uno de los más entrañables regalos: la hospitalidad rebosante de los sencillos.
Allí se ama, se reza y se escucha el clamor de las misiones. Gracias a toda la gente maravillosa del Cottolengo.