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27 de marzo de 2012

Una campeona de Dios

 FUENTE: Diario ABC

La hermana Mapi, de premiada saltadora a misionera en Filipinas, ha encontrado «la corona que no se marchita» 

 MERCEDES RAMOS / LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
Día 27/03/2012 - 07.42h

La hermana María del Pino Rodríguez, Mapi, en Filipinas 


¿Qué puede llevar a una campeona de España de saltos desde plataforma a dejar sus estudios, su familia en Canarias y dedicarse a los demás en una de las zonas más pobres del planeta? El amor a Jesús, que apareció en su vida como una revelación y le hizo saber que hay cosas mucho más trascendentales que una o dos medallas de oro.
La hermana María del Pino Rodríguez, Mapi, aterrizó hace apenas cuatro meses y medio en la ciudad de Manila (Filipinas) dejando atrás familia, amigos y entorno para comenzar de cero una misión que va construyendo “poco a poco”. En Baseco Tondo, una zona muy marginal del Puerto de Manila, habitan miles de personas en una situación de extrema pobreza, y cada año, la población crece más, relata.
En estos meses, Mapi, misionera del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, ha comprobado que hay mucho trabajo por hacer. “Aunque acabamos de llegar, estamos empezando a colaborar con los padres de la Orden de San Agustín. Los agustinos fueron los primeros evangelizadores de Filipinas y llevan cerca de 30 años trabajando para los más pobres de Baseco”, asegura.
Colaboran con ellos a través de escuelas infantiles, el dispensario médico, becas de estudio para niños y jóvenes, celebraciones de la Eucaristía y otras actividades pastorales. Pero no quieren centrarse en la ayuda material, sino sobre todo en “ayudarles a descubrir el amor de Dios” en sus vidas. "Y, aunque ellos no se dan cuenta, desde su pobreza también nos evangelizan a nosotras, con su alegría, con su generosidad, con su hospitalidad con mayúsculas. Nos enseñan que se puede sonreír en medio de la situación en la que viven".
Mapi, de 37 años, nació en Las Palmas de Gran Canaria, hija menor de Joaquín, un apoderado de banco y de Milagros, una profesora de Moda y Diseño en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos. Tiene tres hermanos mayores, Joaquín, Juanjo y Jorge, que viven en Las Palmas de Gran Canaria, Lanzarote y París, respectivamente.
Desde siempre le apasionó el deporte, era una de las prioridades de su vida. De hecho, aún le gusta, y valora los años que le dedicó: “Sacaba lo mejor de mí, tanto a nivel profesional como personal”. 

Deportista campeona
Campeona de España de saltos en 1994 con el laureado Club Natación Metropole, Mapi recuerda que descubrió y trabajó "el sentido del esfuerzo y de la responsabilidad" con el deporte. Pero hubo un momento en que se dio cuenta de que "en la vida había algo más que ganar una o muchas medallas de oro".
En un texto de la Biblia, de San Pablo, que siente que le habla especialmente, se dice: “Un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (1 Co 9, 24-25). “He descubierto la corona que no se marchita. Todos los éxitos pasan, pero el amor de Dios no pasa nunca. Por eso estoy en Manila, porque quiero responder a ese amor en la misión que Jesús nos ha encomendado”.
No sin esfuerzo, decidió estudiar Derecho en Granada. Allí empezó la "más bella historia de amor que nunca hubiera soñado". Transcurridos tres años en los que vivió con "una cierta indiferencia frente a todo" y su rutina se redujo a “un malvivir continuo”, fue descubriendo a Jesús a través de un grupo de oración al que la invitaron.
“Durante casi tres años, nada me llenaba, nada me atraía, y busqué la felicidad en lugares equivocados, mi vida no tenía sentido, pero algo dentro de mí me llamaba con mucha fuerza. En mi vida comenzó a existir cierta contradicción: por un lado mis amigos, mis intereses personales, y por otro, Jesús”. 

Sentir a Jesús
Confiesa que cada vez le costaba más hacer lo que hacían todos los jóvenes y necesitaba pasar más tiempo junto a Jesús. "Empecé a sentirle cada vez más cerca, su amor me fue invadiendo y al fin me hizo ver que mi única felicidad estaba en Él". Hasta que, al final, le dijo "sí".
Después de unos años en diferentes lugares, ahora en Manila, junto a dos hermanas más y en una nueva fundación, primera comunidad en Asia, ha redescubrierto “el valor de la persona y de la felicidad” aun en medio de tanta pobreza. “Es algo que me está cuestionando mucho y me está enseñando a valorar la vida de otra manera”.
Su día a día transcurre entre el proceso de adaptación cultural, la vida comunitaria y la misión en Baseco. Tampoco ha sido sencillo adaptarse a los horarios, las comidas, el clima, el idioma (tagalog) y a la cultura, en general. Lo compensa, con creces, la hospitalidad de los filipinos.
"Quizá por venir de un país en el corremos mucho y, a veces, no tenemos tiempo ni para lo necesario, los filipinos tienen un sentido de la hospitalidad admirable. Cuando te reciben en su casa, o en cualquier otro sitio, es como si detuviesen el tiempo para ti. La persona, en sí misma, tiene un gran valor para ellos, lo más triste es la pobreza. Se siente mucha impotencia", asegura.
En el nuevo camino que ha emprendido, Mapi echa de menos a su familia, amigos, a su tierra, pero afirma que Jesús le da la fuerza para superar todo. "Él siempre nos regala el 101%. A los jóvenes les diría que no tengan miedo. Que busquen a Jesús, que le escuchen, que hablen con Él, que le pregunten qué quiere de ellos. Estoy convencida de que hay muchos jóvenes que sienten en su interior la necesidad de ayudar a los otros, los jóvenes son muy sensibles a las necesidades ajenas, a la pobreza, pero a veces tienen miedo de reconocerlo, y de asumir que creen en Dios, por la presión a la que están sometidos: amigos, sociedad consumista, incluso, a veces, la propia familia. El encuentro con Jesús cambia la vida. Él me hace plenamente feliz; esa es la experiencia que he vivido", y la corona que no se marchita y que Mapi ha encontrado.