Infancia Misionera lleva 20 años aportando su granito de
arena – este año han sido 5.000 dólares – al “St. John Bosco Orphanage” de
Plaisance, cerca de Georgetown, la capital de Guyana. Cumpliendo el lema de la
Infancia Misionera, los niños ayudan a otros niños, gracias a la generosidad de
tantos niños del mundo se ha podido echar una mano a estos niños en peligro.
Aunque la mayoría de ellos no son huérfanos, sus cicatrices morales se palpan
cuando llegan a la institución. Niños abandonados al nacer, familias con
problemas de droga, de sida, de pobreza – Guyana es uno de los países más
pobres de América –, afectados por el alcoholismo de sus progenitores, o hijos
de madres adolescentes…
El orfanato fue creado en 1879 por el misionero jesuita
italiano Luigi Casati, junto a la iglesia parroquial de Plaisance, de la que
era párroco. En 1902 llegaron las Hermanas de la Misericordia, quienes, desde
aquella fecha, hace más de un siglo, nunca han abandonado a los niños. Siempre
ha habido una hermana de esta congregación para acogerlos. Hoy es la hermana
Julie Matthews, y tanto ella como sus hermanas de congregación el único
criterio que han exigido y exigen a los niños es su situación de necesidad. Sin
importar el color de la piel ni la religión, ni su pasado, las hermanas, al
cuidarlos, han puesto siempre el acento en el amor, el único instrumento capaz
de curar a los niños. Y así, 100 años de amor.
Para ocuparse de los más mayorcitos han contado con la
inestimable ayuda de los voluntarios de San Vicente de Paúl que, como Infancia
Misionera, siempre han apoyado a esta institución. El fundador, Luigi Casati,
solía decir que estos niños encontrarían en las calles “sólo el mal y muy poco
bien”, gracias a las Hermanas de la Misericordia y a la contribución de la
Sociedad de San Vicente de Paúl y de Infancia Misionera, se ha logrado que
cientos de niños no se enfrenten a ese mal.