
Las misioneras siguen al lado de los refugiados, porque
como ellas dicen, quien todavía está en Somalia es verdaderamente pobre porque
no tiene alternativas. “Para estos refugiados”, cuenta la hermana Marzia, “es
un momento de especial sufrimiento y de más desorientación, si cabe”. Muchas
familias durante la gran sequía que obligó a aldeas enteras a abandonarlo todo
para ponerse en camino y buscar la supervivencia, se refugiaron en locales del
gobierno y en edificios de escuelas, entonces vacíos. El gobierno está
intentando retomar el control y ha obligado a estas familias a que dejen libres
todas estas instalaciones. “La gente no sabe a dónde ir y tiene miedo”, dice la
misionera. “Se ha creado un nuevo campo de refugiados, pero falta de todo, por
lo que hemos intentado crear una clínica móvil que pueda servir de ayuda para
las necesidades más urgentes. También intentamos ayudar a las familias con
proyectos agrícolas, para que, poco a poco, vuelvan a la normalidad”.