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4 de julio de 2013

El Papa Francisco: “Siento un especial cariño por vosotros que ayudáis a que siempre esté viva la actividad de evangelización”


El Santo Padre recibió el pasado 17 de mayo a los Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias, reunidos en Roma con motivo de la Asamblea General de las OMP, a los que agradeció su labor por hacer que siempre esté viva la actividad de evangelización, paradigma de toda obra de la Iglesia.
 “Queridos hermanos y hermanas, me alegra encontrarme por primera vez con vosotros, Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias, provenientes de todo el mundo. Saludo cordialmente al cardenal Fernando Filoni, le agradezco el servicio que desarrolla como Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, como también las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. El cardenal Filoni tiene en estos tiempos un trabajo más: es profesor. Viene a mí para “enseñarme la Iglesia”. Sí, viene y me dice: esta diócesis es así, así y así… yo conozco la Iglesia gracias a sus clases. Son clases que no cobra, lo hace gratuitamente. Saludo también al Secretario, Mons. Savio Hon Tai-Fai, al Secretario Adjunto, Mons. Protase Rugambwa, y a todos los colaboradores del Dicasterio y de las Obras Misionales Pontificias, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas.
Querría deciros que siento un especial cariño por vosotros que ayudáis a que siempre esté viva la actividad de evangelización, paradigma de toda obra de la Iglesia. La misionariedad es paradigma de toda obra de la Iglesia; es un gesto paradigmático. En efecto, el Obispo de Roma está llamado a ser Pastor no sólo de su Iglesia particular, sino también de todas las Iglesias, para que el Evangelio sea anunciado hasta los confines de la tierra. Y en esta tarea, las Obras Misionales Pontificias son un instrumento privilegiado en las manos del Papa, el cual es principio y signo de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. Se llaman de hecho ‘Pontificias’ porque están a disposición directa del Obispo de Roma, con el propósito específico de lograr que se ofrezca a todos el precioso don del Evangelio. Son plenamente actuales, es más, necesarias hoy, porque hay muchos pueblos que todavía no han conocido ni encontrado a Cristo, y es urgente buscar nuevas formas y nuevas vías para que la gracia de Dios pueda tocar el corazón de todo hombre y de toda mujer y llevarles a Él. Todos nosotros somos simples pero importantes instrumentos de ella; hemos recibido el don de la fe no para tenerla escondida, sino para difundirla, para que pueda iluminar el camino de tantos hermanos.

Cierto, es una misión difícil la que nos espera, pero, con la guía del Espíritu Santo, se vuelve una misión entusiasmante. Todos experimentamos nuestra pobreza, nuestra debilidad al llevar al mundo el tesoro precioso del Evangelio, pero debemos repetir continuamente las palabras de San Pablo: ‘Nosotros… llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros’ (2 Cor 4, 7). Es esto lo que siempre nos debe dar valentía: saber que la fuerza de la evangelización viene de Dios, le pertenece a Él. Nosotros estamos llamados a abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu Santo, a ofrecer toda nuestra disponibilidad para ser instrumentos de la misericordia de Dios, de su ternura, de su amor por todo hombre y por toda mujer, sobre todo por los pobres, los excluidos, los lejanos. Y esta no es para todo cristiano, para toda la Iglesia, una misión facultativa, no es una misión facultativa, sino esencial. Como decía San Pablo: ‘El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo, sino un deber: ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!’ (1 Cor 9, 16). ¡La salvación de Dios es para todos!
A vosotros, queridos Directores Nacionales, repito la invitación que Pablo VI os dirigió, hace casi cincuenta años, de custodiar celosamente el aliento universal de las Obras Misionales, ‘que tienen el honor, la responsabilidad, el deber de sostener la misión (de anunciar el Evangelio), de suministrar las ayudas necesarias’ (Discurso a las Obras Misionales Pontificias, 14 de mayo de 1965). No os canséis de educar a cada cristiano, desde la infancia, en un espíritu verdaderamente universal y misionero, y de sensibilizar a la entera comunidad a sostener y a ayudar a las misiones según la necesidad de cada una. Haced que las Obras Misionales Pontificias sigan, en el surco de su tradición secular, animando y formando a las Iglesias, abriéndolas a una dimensión amplia de la misión evangelizadora. Las Obras Misionales Pontificias son puestas justamente bajo la solicitud de los Obispos, para que estén ‘enraizadas en la vida de las Iglesias particulares’ (Estatuto de las Obras Misionales Pontificias, n. 17), pero deben convertirse realmente en instrumento privilegiado para la educación en el espíritu misionero universal y para una cada vez mayor comunión y colaboración entre las Iglesias para el anuncio del Evangelio al mundo. Frente a la tentación de las comunidades de encerrarse en sí mismas – es una tentación muy frecuente, la de encerrarse en sí mismas – preocupadas por sus propios problemas, vuestra tarea es volver a llamar a la ‘missio ad gentes’, testimoniar proféticamente que la vida de la Iglesia y de las Iglesias es misión, y es misión universal. El ministerio episcopal y todos los ministerios están ciertamente para el crecimiento de la comunidad cristiana, pero están puestos también al servicio de la comunión entre las Iglesias para la misión evangelizadora. En este contexto, os invito a prestar una atención especial a las jóvenes Iglesias, que no pocas veces viven en un clima de dificultad, de discriminación, también de persecución, para que se las sostenga y se las ayude al testimoniar con la palabra y las obras el Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, renuevo mi agradecimiento a todos, os animo a seguir vuestra tarea para que las Iglesias locales asuman cada vez más generosamente su parte de responsabilidad en la misión universal de la Iglesia. Invocando a María estrella de la evangelización hago mías las palabras de Pablo VI, palabras que tienen tanta actualidad como si fueran escritas ayer. Decía el Pontífice: ‘Ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo’ (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 80). Gracias.
A vosotros, a vuestros colaboradores, a vuestras familias, y a todos aquellos que tenéis en el corazón, a vuestra labor misionera, a todos, la Bendición”