La misionera en Chile, Carmen Fernández Mazaira,
Misionera de Nuestra Señora del Pilar, cuenta en una entrevista a Comunidade,
de la diócesis de Ourense, su labor misionera, sus inquietudes y cómo ve el
futuro de la Iglesia. Carmen lleva ya 48 años en América Latina: 19 en Perú y
29 en Chile.
-¿Cómo es su labor diaria, hoy por hoy, en Chile?
La tarea Evangelizadora la realizo en el Santuario de San
Sebastián - Yunbel en Concepción-Chile. Mi misión es animar a los grupos de
pastoral de las comunidades parroquiales, a través de la Palabra de Dios,
ayudarles a sentir la necesidad de hacer vida esa Palabra.
-¿Cómo son esas comunidades?
Son comunidades vivas, con juventud, deseosas de conocer
el mensaje de Jesús, con ganas de tomarse en serio la fe, de responsabilizarse
de su comunidad, por eso las comunidades de base son fundamentales en la
parroquia, porque aunque se ausente el sacerdote, todo continúa funcionando.
-Lleva casi medio siglo en América Latina... ¿le costó
mucho, en su día, dar el paso?
Me costó, y me cuesta, quiero mucho esta tierra, mi
casa... en ella dejo mi corazón. Pero doy gracias al Señor porque me cuesta,
porque así se lo puedo ofrecer. Lo que cuesta es lo que vale.
-¿Cómo ve a nuestra Iglesia?
Noto a esta Iglesia como los discípulos en la barca de
Pedro, en alta mar, un poco dormidos, y con la zozobra, les invade el miedo.
Veo a unos cristianos tristes y desesperanzados, que critican mucho a los
sacerdotes, a la Iglesia... Me gustan mucho las cosas que dice el Papa, ¿quién
soy yo para juzgar? Juzgamos todo el tiempo... Estoy convencida de que todo ese
miedo es por falta de profundizar en nuestra fe, nos falta oración. Vivimos
atrofiados por tantos agentes externos, tantas cosas que no nos dejan mirarnos
a la cara, vernos y sentirnos...
-¿Tiene alguna solución?
Yo no, pero Dios siempre está presente aún en medio de la
tempestad, por eso la única solución es tener confianza en Él, tomar
conciencia, dejarlo entrar en nuestra vida y ser sus testigos. No se trata de
hacer cosas extraordinarias, sino de llevar esa alegría que nace de la fe, a
nuestro entorno más cercano. Si cada cristiano hiciésemos esto ya tendríamos
una buena parcela.