María Elvira González Moreno es una joven que pertenece a
la Parroquia Santa María la Mayor de Baena, Córdoba, que cuenta su preciosa
experiencia vivida en el Campo de Inmigrantes de Ceuta.
“Este verano he asistido a una experiencia misionera (la
segunda para mí) en Ceuta, en un campo de trabajo con inmigrantes. Me gustaría
compartir lo que me ha llevado a realizarla y lo que allí he encontrado y
recibido.
Lo primero de todo, agradecer a Dios esta oportunidad.
Agradecerle el haberme acariciado, llamado por medio de esta realidad que es la
inmigración. Agradecerle haberme dejado ver el dulce rostro de Jesús a través
de todas estas personas y también de todos aquellos que, día tras día, los
acogen.
¿Mi motivación para realizar una experiencia misionera?
Vivimos en un tiempo, en un mundo, lleno de incoherencias. Vivimos
acostumbrados a la indiferencia, a la muerte. No caemos en la cuenta de todas
aquellas personas que a cada minuto mueren en el mundo a causa de la opresión
y/o cualquiera de las ‘caras’ de la injusticia… Pues bien, ahora más que nunca
es momento de alzar nuestras voces a favor de la justicia, del amor, de la
esperanza; de vivir a la luz del Evangelio.
Muchos dicen que no es necesario irse lejos. Que la
Misión, testimoniar a Cristo, también se puede hacer aquí. Es verdad que
siempre tenemos personas cercanas con las que compartir, enriquecernos
espiritualmente, anunciar a Cristo; pero ¿qué hubiera sucedido si los primeros
discípulos de Cristo no hubieran sido sus testigos fuera de sus hogares, a
kilómetros de distancia? Hoy sigue habiendo muchas personas que aún no conocen
a Cristo o que se han apartado de su camino, y a las que hay que anunciarles el
Evangelio. Por otro lado, es necesario apartarse de muchas ‘cadenas’ que nos
tienen sujetos en nuestra cárcel del ego, y para ello hay que desprenderse de
todo y salir; salir fuera acompañados solo por lo único necesario, que es el
Amor de Dios.
Decía que ha sido bonito dejarme ‘acariciar’ por Dios y
ver el dulce rostro de Jesús a través de esta realidad que es la inmigración. Y
por supuesto, ser también su humilde sierva, llevando su mensaje de amor y
esperanza, y acogiendo a la vez que hemos sido acogidos. Muchas han sido las
historias compartidas, historias con nombres y apellidos, llenas de
sufrimiento, pero a la vez de esperanza. Historias que llaman a actuar, a no
quedarse indiferentes mientras recorremos el camino de la vida, porque el
caminar de esas vidas son pasos que nos acompañan, caminos que confluyen con
los nuestros.
Mi actividad en este campo de trabajo se ha desarrollado
en el Centro San Antonio, dependiente de la diócesis. Otros compañeros han
estado en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes). Estos jóvenes,
hermanos nuestros, partieron de sus hogares en busca de… ¿algo mejor quizás?
Algunos llegaron, pero otros quedaron para siempre en el camino. Nuestra misión
allí, la Misión, ha sido testimoniar a Cristo acogiendo y compartiendo unos
días nuestras vidas con las de ellos.
En definitiva, me fui porque siento que Dios me llama a
testimoniarlo, viviendo a la luz del Evangelio, llevando su mensaje de amor y
esperanza a todos los confines de la tierra. Siento que hay Algo que clama en
mi interior, que ahora más que nunca es necesario actuar frente a tanta
injusticia, tanta incoherencia. Ha sido mucho lo compartido, lo transmitido y
lo recibido. Gracias de nuevo a Dios por haberme ‘acariciado’ de este modo y
por haber cuidado con tanto amor y esperanza a los míos, mientras yo, físicamente,
no estaba”.