El misionero Tomás Herreros escribe desde su Misión en
Kenia contando lo que significa su día a día como misionero en este lugar de
África.
“Esta semana he programado ir al este de nuestra misión,
más allá de las montañas, en una zona que limita con los Turkana, y donde dicen
que un buen número de nuestra gente se ha movido en busca de oro, porque parece
que sale con más abundancia que en otros sitios. Lo cierto es que nuestras
muchachas de los caseríos, las que no van a la escuela, una vez han terminado
sus labores de siembra aprovechan la abundancia de lluvias para ir a limpiar
tierra y encontrar algunos granitos de oro que venden para compara azúcar,
cremas, abalorios o algún que otro vestido. Durante la estación seca todo eso
no es posible. Todavía no sabemos si la cantidad de oro de nuestra región es
suficiente para extracción industrial – cosa que dudo mucho, pues ya llevamos
años acunando el barro para descubrir unos gramos amarillos. Esa región donde
voy de visita sé que no está muy habitada, pero tengo que visitar a los
católicos que se hayan perdido por allá: algunos serán jóvenes que fueron a la
escuela y volvieron a sus caseríos; otros serán familias que han preferido
moverse a pastos más salvajes que lo que rodean el carretil principal de
nuestra parroquia, que hoy por hoy está abriendo más y más campos de cultivo en
sus cercanías; otras serán jóvenes esposas que han sido esposadas en esas zonas
(…).
Este año la iniciativa pastoral que nos está
sorprendiendo son los cursillos mensuales de dos días para jóvenes muchachos de
los caseríos. Ya son dos meses que el grupo de los más avanzados regresan a los
cursillos en un cien por cien, algo muy extraño para la poca constancia de
nuestra gente. Junto con esos más constantes vienen otros que se suman al
programa de catecumenado, con la esperanza de que a los seis meses les
aceptamos para los primeros ritos propios de la Iniciación Cristiana de
Adultos, que culminará en el bautismo después de dos años. No todos podrán ser
bautizados, pues algunos, a pesar de su juventud ya señorean dos esposas.
Nosotros no somos de la opinión de que despachen a ninguna, a no ser que salga
de su propia iniciativa. Además, ese tipo de divorcio resulta muy difícil de
poner en práctica porque implica que hay que devolver toda la dote que los
familiares del marido entregaron. Movidos por su nuevo descubierto celo
apostólico, ahora esos jóvenes nos piden que organicemos cursillos
matrimoniales para enseñar a sus esposas; poco se imaginan que muchas de ellas,
que ya están bautizadas, han pedido lo mismo. (…).
Os estoy muy, muy agradecido por todo lo que hacéis por
nosotros que estamos en primera línea. Cierto es que no podemos ir al bar de la
esquina a tomarnos una caña o una tapa, pero gracias a Dios no nos faltan ni
los frijoles, ni la harina, ni el arroz. Y podemos comprar lentejas y garbanzos
en Kitale (a 170 km) para acompañar al vino de tetrabrik importado de Chile que
también se puede comprar en los mismos centros por poco dinero.
Que el Señor os mantenga alegres y gozosos en su paz”.