El obispo de Bangassou, en Centroáfrica, el español Mons.
Juan José Aguirre, escribe sobre la triste situación que vive su país de misión
en estos últimos tiempos:
“Veo que andáis recreándoos con exposiciones de la obra
del Greco y entre ellas, quien lo desee, puede plantarse y mirar dentro de los
ojos de aquel Jesús del ‘Expolio’, uno de sus cuadros más famosos. Manos
asesinas por todos sitios lo rodean, gritos e insultos. Le están robando su
túnica roja para dejarlo en cueros y romper el alma de alguien que ha pasado
por el mundo tan sólo haciendo el bien. Aparte de sus ojos límpidos buscando el
consuelo del cielo, todo el cuadro supura violencia.
Hoy, día 9 de febrero, en Bangassou teníamos preparada la
fiesta del 50º aniversario del nacimiento de la diócesis en 1964, pero, otra
vez, la violencia que infecta Centroáfrica nos han aguado la fiesta (que
posponemos al próximo 15 de agosto). Con tanto fanatismo desatado como las
grandes olas que bombardean sin misericordia la costa del Cantábrico, no
estamos para fiestas.
Si hace un año la población no musulmana de Centroáfrica
(el 70%) era brutalizada sin piedad y estuvimos solos aguantado mecha y pólvora
(sin ONGs ni militares franceses o africanos parando con sus escudos las estocadas
de los rebeldes islámicos fundamentalistas Seleka), hoy pasa el contrario. Ni
los militares recién llegados, ni el buen hacer de las ONGs pueden frenar el
linchamiento de la población musulmana (el 15%). Convertida equivocadamente en
una sola pasta con los Seleka familias enteras huyen de la quema, atacados
directamente y decapitados o escapan temiendo por sus vidas hacia el Camerún
(unos 17.000 hasta hoy) o hacia el Chad (unos 60.000 ya han pasado la
frontera), muchos para no volver nunca jamás porque aquí lo han perdido todo
como Bangassou perdió casi todo hace un año. Son acusados, adultos y niños, de
que durante las masacres de hace un año muchos musulmanes se callaron y se
convirtieron así en culpables, creyendo incluso, los más iluminados, que
Centroáfrica podría convertirse en una República islámica. Es un éxodo
vergonzoso. Aunque también hay mercenarios Seleka, casi todos los civiles,
aunque sean de origen chadiano, son musulmanes centroafricanos, nacidos aquí.
Sus mezquitas han sido destruidas, sobre todo en Bangui, la capital, como lo
fueron algunas de nuestras Iglesias y templos protestantes hace un año. Todo
este descabellado y sangriento ajuste de cuentas lo ha producido la llegada de
los Seleka en diciembre 2012. Las humillaciones, que tantas veces he
denunciado, de este pueblo mártir, se vuelven ahora contra los Seleka y, por
contagio, contra todo lo que huela a musulmán. Pero no creáis que es este
pueblo ‘mártir’ el que trama episodios espeluznantes como el que habéis visto
en la prensa hace unos días de un musulmán linchado en plena calle por un grupo
de militares FACA, apenas reintegrados a sus puestos una hora antes, befado
después de muerto y apuntillado como un carnero con el punzón de un odio
acumulado por un año de vejaciones. No. El pueblo llano de Bangui, sigue
refugiado desde el 5 de diciembre en algunas de las 25 parroquias de Bangui,
siguen rezando para que termine de una vez este vergonzoso tsunami de violencia
y llorando familiares difuntos, que han sido legión. Los grupos anti-balaka (
formados en su mayoría por jóvenes no musulmanes y antiguos FACA, Fuerzas
Armadas de Centroáfrica) son los que ahora quieren vengar a inocentes
pisoteados por los Seleka. Lo hacen de manera absolutamente indiscriminada e
injusta, cortando cabezas y gargantas, acuchillando niños, linchando a gente
que tiene la mala suerte de caerse de un coche después de un control,
encaramado encima de la cabina... Reciben las armas (nos tememos de quién) y
ejecutan sin discriminación. No escuchan los grupos de mediación que ya nacen
por todas las regiones para pedir contención, que no paguen justos por
pecadores, que el TPI tiene ya en su mira a los altos cargos Seleka que nos
llevaron a tanto despropósito, que hay que ‘pasar página’ si no queremos entrar
en una espiral de violencia que no conduce más que a la autodestrucción.
Si descarnadas fueron las imágenes que visteis en la
prensa el otro día, no dejéis de preguntaros quién nos llevó a todo esto. Vemos
el árbol cargado de fruto en primavera pero nadie piensa en las raíces que le
dieron vida. De la misma manera, vemos en la tele frutos podridos como el de un
pobre viejo, llevado a horcajadas en sus espaldas por su sobrino, escapando de
los bombardeos en la ciudad de Homs (en Siria), o vemos ese espectáculo patético
de nuestra policía ‘tirando a matar’ en la playa de Ceuta, aunque fueran
pelotas de goma, sobre inmigrantes subsaharianos que huyen de todo lo descrito
arriba (¡habrá otra manera de hacer las cosas, digo yo!), sin buscar las
raíces. Creo que después de oler ese tufillo a podrido debemos preguntarnos por
las causas que lo han producido. Concretamente, pensando en la invasión de
Centroáfrica, injusta y feroz, por estos mequetrefes de la coalición Seleka,
muchos de ellos chadianos y sudaneses, creo que detrás de ellos, en la sombra,
están grupos de poder islámicos, de tendencia yihadista, alimentados
económicamente por países del Golfo (muchas veces por simples donantes que
creen dar su dinero para la ‘expansión del islam’ como escuelas coránicas o la
formación de imanes en escuelas apropiadas, de tendencias sunitas o chiitas,
según provenga el cheque...) que les pagan desde el entrenamiento en el
desierto hasta los turbantes, por no hablar de coches y armas. La conclusión es
la brutalidad de esas imágenes de la prensa del otro día, el tejido social y
económico de todo un país despellejado y roto, un pueblo con el alma
destrozada, dividido por la religión cuando llevan decenios juntos, a causa de
la cizaña apenas sembrada por un atajo de incompetentes, apoyados desde un
‘santuario’ en el sur sahariano de Libia, un país que también Europa ayudó a
pulverizar y de un Chad que juega con varias barajas para ganar poder en la
zona.
Difícil mirar al cielo con ojos cristalinos, como el
Cristo del expolio, cuando te están abriendo las carnes por delante y por
detrás. En Bangassou llevamos dos meses de tregua, apagando fuegos con un grupo
de Mediación interconfesional, en donde los musulmanes se sienten apoyados. La
prensa no habla que justamente ahora, muchos musulmanes también se refugian en
las parroquias, incluso en el arzobispado. Si bien, en cuanto vuelva la calma
traeremos los coches de ocasión que acabo de comprar para ‘reconstruir’
Bangassou (aunque muchos curas y monjas se quedarán sin ellos y muchos cristianos
de las capillas más alejadas sin la Palabra que los consuele), y ya hemos
reconstruido edificios saqueados, lo difícil será reconstruir los corazones
rotos y consolar las almas destrozadas. Para eso sólo hay que mirar al cielo,
como el Cristo del Expolio”.