El sacerdote de Ciudad Real, Amadeo Puebla Rodríguez, es
misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) en Barahona,
República Dominicana, en la frontera con Haití. Después de ocho años en este
país, cuenta en una carta cómo han sido estos años de misionero, antes de
regresar, en breve, a su tierra natal.
“Siempre pensé que mi sacerdocio sin ser misionero
tendría una tara fatal, creo que por eso y por algunos ejemplos de vida
sacerdotal que dejé que calasen en mí y fecundasen mi espiritualidad y
eclesiología, hiciesen que la vida de un sacerdote de pueblo, que no quiere
decir poco universal, estuviese disponible y al servicio de la Iglesia y una
Iglesia que considero esencialmente católica, hermana y corresponsable del ‘Id
por el mundo y anunciad el Evangelio’. Las cosas buenas hay que cuidarlas,
mimarlas y hacerlas crecer, muchas veces en medio de los afanes de cada día y
de las obligaciones que desde la fidelidad se asumen. Quizás, por eso, un día
en el año 2001 y después de unos cuantos años de sacerdocio en nuestra diócesis
de Ciudad Real, por aquellos pueblos de la comarca de Almadén que tanto quiero,
fui enviado primero a formarme en las lides de la misión ad gentes y, después,
en la expectación de aquel que es enviado a un país como la República
Dominicana. Y es que, para hacer que una lámpara esté siempre encendida, no
debemos de dejar de ponerle aceite. Y con esa ilusión, y pasión sin excepción
de miedo y respeto a lo desconocido, me dejé enviar a aquellas tierras
caribeñas, lejos de la realidad de los guetos para novios y vacacionistas que
la propaganda turística nos recuerda.
Años felices, llenos de vivencias que no son experiencias
ocasionales y pasajeras que sólo marcan un compás de la partitura de la vida,
cuando de lo que se trata es que hagan de tu vida y del Mensaje de Dios a sus
hijos una sinfonía llena de ritmos variados: andante, vivace, presto,
prestissimo y, por supuesto, allegro, pero siempre contando con los silencios.
Qué suerte poder compartir y acompañar, que es muy diferente a ayudar, a todos
esos hijos e hijas de Dios que tienen en su gran mayoría hambre real de Él.
Siempre recuerdo aquella frase que decía que “lo único que se necesita para que
triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Me dejé hacer, y me
mandaron a Barahona, lejos, lejísimos de Punta Cana y Bávaro, y muy cerca de
Haití, a una parroquia llamada del Perpetuo Socorro.
Allí los ocho años y pico han pasado sin darme cuenta.
Quizás por la intensidad de vida que se tiene en el día a día y también porque
cuando uno hace lo que debe y gusta, el tiempo corre rápido. Años con alegrías
y decepciones, con frustraciones y realizaciones, tiempo de Dios, y es que como
digo en muchas ocasiones hay que tener caridad de vida en vez de calidad de
vida. La Palabra de Dios fue el centro de mis inquietudes y trabajo. Es esa
Palabra y no otras palabras la que realmente hace inquietar a las personas
desde su intimidad y realiza el milagro de la conversión y la comunidad, el
milagro del encuentro personal-comunitario y el compromiso por el Reino. Surgen
algunas comunidades eclesiales de base, laical, débiles pero con entusiasmo, y
se trabajan algunos proyectos de educación, alimentación, medicina, sociales,
todo con esa esencia ‘en Aquel que nos conforta’, en la celebración de la fe en
comunidad, en la formación sistemática y desde la alegría del Evangelio. Así
años y años que pasan y quedan, como decía la canción de ‘todo pasa y todo
queda’.
Años de acción de gracias que no son un adiós sino un
hasta pronto. Pues como antes os decía las cosas importantes hay que cuidarlas
y yo lo hago todos los días y no como un mero recuerdo nostálgico, incluso
cuando me invitaron a venir a España a algo tan diferente y que me hacía poca
ilusión como es la animación misionera, teniendo que dejar mis otras: casa,
madres, padres y hermanos, hijos e hijas de Sto. Domingo. Pero naaaaa, cuando
te dicen que es un servicio para la Iglesia las excusas no sirven ni son válidas.
Y así me he visto casi cuatro años de peregrinación que no de vagabundeo de
diócesis en diócesis, de seminario en seminario, arciprestazgos, grupos,
emisoras de radio y televisión, institutos y universidades, ámbitos difíciles
para un cura de pueblo que fue enviado a tierras caribeñas. Un trabajo que sin
saber nunca los frutos es grano sembrado en la confianza de las cosas de Dios.
Tengo la sensación de ser un afortunado, he conocido esta Iglesia, desde el
corazón que son sus seminarios y sacerdotes, religiosos y religiosas. Le doy
gracias a Dios por las maravillas que ha obrado en mí.
Ahora de nuevo listo, por un tiempo, para ser de nuevo
enviado a mi querida diócesis de Ciudad Real, a sus gentes y comunidades. Que
sea, como siempre, lo que más convenga. Agradecer también desde estas líneas a
la delegación de misiones y a su delegado Damián su constante cercanía y
ánimo”.