En la residencia para
universitarias y en la pastoral de la ciudad dejó una huella imborrable, por su
sencillez evangélica y su cercanía a los jóvenes y a los pobres.
Ahora está de misionera en
Colay, en el norte de Perú, entre criollos campesinos, desarrollando una
abnegada tarea misionera.
Acompañada de otras 3
religiosas atienden a un colegio, la parroquia y un Centro CEPRO, donde educan
para el trabajo: panadería, elaboración de mermeladas…
Ante la falta de
sacerdotes, las misioneras, junto a los seglares, acompañan la vida de los
campesinos con el ardor de las nobles causas.
Nos cuenta que una vez al
mes llega un sacerdote para atender las necesidades ministeriales de las
comunidades.
El resto del tiempo son las
religiosas y laicos, quienes celebran la Palabra y las necesidades de formación
y anuncio del evangelio.
Algunos catequistas
aprendieron a leer para poder conocer la Palabra de Dios. Y ahora son ellos los
que recorren kilómetros para llevarla a otros lugares.
Ana ha pasado también 12 años
en Ecuador y 6 en Senegal, de donde regresó gravemente a España, por causa de
un ictus, del cual salvó milagrosamente la vida.
No le dejaron volver a su
querida África, pero nada ni nadie ha sido capaz de anular su ardor misionero.