Día 4 de
octubre: convivencia misionera en el Cottolengo del P. Alegre en Fragosa.
El equipo
de la delegación de misiones cuidamos
especialmente este encuentro. Los que sufren, los enfermos, los que no cuentan
a la hora de tomar decisiones son los preferidos del Reino.
En aquel
lugar austero, cobijado entre montañas, Dios acaricia con una ternura especial
a la gente.
Es algo
que se percibe apenas llegamos a las puertas de aquella santa Casa. Las
religiosas, los residentes y todos los que allí realizan algún trabajo, son un
manantial de alegría y ternura.
Tuvimos la
suerte de celebrar la Eucaristía junto a un grupo de peregrinos que venían de
Zarza la Mayor, acompañados por su párroco D. Alfredo y las religiosas.
Los
cantos, densos en ritmo misionero, así como las
peticiones y ofrendas, nos trasladaron a las fronteras del mundo, donde
los misioneros realizan el más bello trabajo: regalar la alegría del evangelio
a todos los hombres.
El
delegado de misiones, en la homilía, invitó a todos los presentes a compartir
con gozo la fe, a pesar de las dificultades. Los santos siempre han sido fieles
y perseverantes, manteniendo viva la confianza poque “sus nombres están escritos en el cielo”. Algo
que hoy también testimonian los hermanos de aquellos territorios donde se existe persecución.
Al
finalizar la eucaristía, el grupo de misiones, hizo de todo: ayudar a dar la
comida y marcar la ropa de los residentes. Algunos era la primera que manejaban
una aguja.
Después de
la comida tuvo lugar una sencilla reflexión sobre el Domund: el encuentro con
Cristo hace “renacer la alegría”. La mejor demostración de lo expuesto era contemplar
el rostro de todos los presentes.
Y a
continuación una divertida fiesta: canciones, juegos y dinámicas variadas.
Una gozosa
convivencia que dejó en nuestro corazón la alegría de haber sido acariciados
por Dios.