HOMENAJE AL SILENCIO DE LOS MISIONEROS
La figura del misionero tiene un magnetismo especial.
El salir del propio país, para embarcarse en una aventura de amor, empujado por la fuerza del Espíritu, que le lleva hacia los lugares más recónditos del mundo, muchas sin veces, sin más apoyo que la confianza en la providencia de Dios, le convierten en un personaje “excepcional”.
Pero lo que más me impresiona de la vida de los misioneros es el silencio que envuelve sus vidas.
A pesar de vivir experiencias asombrosas, llenas de anécdotas y, a veces, riesgos, son poco amigos de la publicidad.
Muchos de ellos han tenido que ejercer como sanitarios, maestros, constructores y agricultores, para poder ayudar a los pobres, a ser protagonistas de su desarrollo.
Les cuesta contar su biogra2a. Rehúyen la propaganda.
Han sufrido en sus propias carnes la mordedura de enfermedades, a veces en completa soledad y precariedad. También el acoso y amenazas de los enemigos de la justicia.
Todo eso, y mucho más, lo han sufrido y digerido, en silencio.
Han descubierto el gozo de vivir cada uno de los minutos del tiempo, en silencio. Han consumido su juventud, madurez y ancianidad, en silencio.
Un silencio lleno de fecundidad, que nace de un amor único y trascendente, que se desborda en gestos de misericordia y de esperanza, lejos de las cámaras y de rotativos del mundo.
Elocuente silencio que produce, en las lejanos campos de la misión, los abundantes frutos de la las bienaventuranzas.