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“El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no
digo ‘nada’ porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo
mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón
presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco
a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el
intermediario y el gestor ‘ya tienen su paga’, y puesto que no ponen en juego
la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que
nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos,
que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de
coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con
‘olor a oveja’ –esto os pido: sed pastores con ‘olor a oveja’, que eso se
note–; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de
hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos
amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos
barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las
redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos
por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual
donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes
echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús”