En la mañana del pasado 17 de abril fallecía en la
residencia y casa de retiros Red Gables de Shillong, India, el misionero
salesiano Juan Larrea Lafuente a los 92 años de edad.
Nacido en Zárate, Álava, el padre Larrea fue enviado a la
India hace 65 años y dedicó sus primeras energías a una de las numerosas tribus
nagas – los famosos cortadores de cabezas – de la región nordeste de la India,
la tribu “lotha”, según cuenta su compañero misionero Eugenio Ojer. Viajó
acompañando al obispo Mons. Marengo que le animó a que aprendiera su lengua
(hay 18 tribus con 18 lenguas diversas en esa región colindante con China y
Birmania). El padre Larrea se entregó enteramente a su evangelización - aunque
debía pedir permiso a las autoridades del Assam cada vez que emprendía un viaje
a la zona. Hoy se puede afirmar que toda la tribu abrazó la fe de Cristo y
algunos de los alumnos que el padre Larrea educaba en la llanura del Assam, en
Golaghat, han recibido las órdenes sagradas y hay ya sacerdotes de esa tribu
que prosiguen la labor emprendida por el padre Larrea.
Dado que no le era permitido vivir entre las tribus, y ya
en la ciudad de Shillong, dedicó su tiempo a escribir varios libros para que
los catequistas pudieran presidir y congregar a los fieles, en los domingos, en
ausencia del sacerdote.
Como en Shillong hay colegios universitarios a los que
acuden alumnos de todo el antiguo Assam, el padre Larrea aprovechó la
circunstancia para hacerles traducir los libros a varias lenguas de esas
tribus. Los libros han sido tan bien recibidos que han sido usados también por
nuestros misioneros en Filipinas.
El padre Larrea dedicó sus últimos años al apostolado
durante los domingos en la catedral de Shillong y a recoger ayudas para las
misioneras que dedicaban sus esfuerzos a curar leprosos en las misiones de Tura
(Garoland) y de Meghalaya (en el antiguo Assam). Juan Larrea permaneció activo
hasta sus últimos momentos y cada domingo conducía su “jeep” para presidir la
santa Misa de primera hora en la catedral de Shillong. “Él mismo se fue dando
cuenta de que le iba fallando la memoria pero nunca su jovialidad y su gran
corazón para hacer el bien y ayudar a los demás”, concluye Eugenio Ojer