Hace dos años la sequía en el Cuerno de África atrajo la
atención internacional. Hoy sus consecuencias se pueden ver en los mismos
refugiados que no han vuelto a sus tierras y hogares. Desde Yibuti, el
minúsculo país enclavado en la costa entre Etiopía y Somalia, y la misma
Somalia, las Misioneras de la Consolata hacen cuanto está en su mano por ayudar
en los campos de refugiados. A través de la ONG Misión América, las Obras
Misionales Pontificias les hicieron llegar hace un mes 2.890 euros de un
donativo de Lugo. La hermana Marzia Feurra cuenta que con esta cantidad han
puesto en marcha un proyecto de ayuda a niños desnutridos de los campos de
refugiados. La hermana Marzia y sus compañeras de congregación no han
abandonado al pueblo de Somalia. Ya fue asesinada a tiros en Mogadiscio una de
ellas, el 17 de septiembre de 2006, la hermana Leonella Sgorbati.
Las misioneras siguen al lado de los refugiados, porque
como ellas dicen, quien todavía está en Somalia es verdaderamente pobre porque
no tiene alternativas. “Para estos refugiados”, cuenta la hermana Marzia, “es
un momento de especial sufrimiento y de más desorientación, si cabe”. Muchas
familias durante la gran sequía que obligó a aldeas enteras a abandonarlo todo
para ponerse en camino y buscar la supervivencia, se refugiaron en locales del
gobierno y en edificios de escuelas, entonces vacíos. El gobierno está
intentando retomar el control y ha obligado a estas familias a que dejen libres
todas estas instalaciones. “La gente no sabe a dónde ir y tiene miedo”, dice la
misionera. “Se ha creado un nuevo campo de refugiados, pero falta de todo, por
lo que hemos intentado crear una clínica móvil que pueda servir de ayuda para
las necesidades más urgentes. También intentamos ayudar a las familias con
proyectos agrícolas, para que, poco a poco, vuelvan a la normalidad”.