El padre Valeriano Barbero lleva 32 años en uno de los
países más increíbles del mundo, Papúa-Nueva Guinea, entre el Océano Índico y
el Pacífico. De hecho es el primer misionero salesiano en este país y su labor
durante estas tres décadas se ha reflejado, en lo exterior, en iglesias,
centros de formación, colegios… y, en lo espiritual, en los sacramentos, el
amor y servicio a la Iglesia – agradecido por la Santa Sede con una medalla
hace unos años – y en su dinamismo misionero. Ha tenido varios destinos. Fue el
impulsor de uno de los mejores centros de formación de Papúa, el Instituto
Salesiano de Port Moresby, la capital. Construyó la Iglesia de María, Ayuda de
los Cristianos, también en Port Moresby, que es más que una parroquia, ya que
desarrolla una increíble labor en la promoción de la mujer y en evitar la
violencia juvenil, un problema endémico en Papúa. Ha colaborado en la
construcción de colegios salesianos en Port Moresby, donde hay dos, en Rabaul,
en Vanimo, en Kundiawa. La labor de los salesianos en Papúa-Nueva Guinea ha
tenido nombres propios y uno de ellos, sin duda, ha sido el del padre
Valeriano.
Ahora trabaja en Rabaul, no propiamente en Nueva Guinea,
sino en la vecina isla de Nueva Bretaña. Se encarga de diversas parroquias en
pueblos rodeados de junglas casi impenetrables, como las de Melakup-Pomio
Deanary, Nutuve o Matong. Las Obras Misionales Pontificias le han enviado en
estos últimos meses 28.000 dólares para completar la construcción de estas
iglesias. Es una pequeña ayuda a la labor de este misionero que está siendo
testigo del aumento del número de católicos. En Matong, una aldea costera, la
iglesia parroquial tendrá capacidad para 600 fieles y es que, poco a poco, el
mensaje del Evangelio penetra en los corazones.