La hermana Rosa Abad, misionera Hija del Calvario, de
paso por su tierra segoviana, nos deja este testimonio de su misión en
Zimbabue:
“Mi ilusión siempre fue África y así llegué a Zimbabue en
marzo de 1981 justo un año después de la independencia. Llegaba cargada de
ilusión y con el inglés aprendido, cosa que muchas de mis hermanas no tuvieron
oportunidad. Yo lo pude hacer porque cuando me destinaron a Rhodesia (que así
se llamaba entonces) había guerra y entonces no era prudente entrar en el país;
total que cómo podéis ver, tuve la suerte de llegar a un país libre y lleno de
ilusión. Mi primer destino fue a una misión llamada de Sagrado Corazón; estaba
encargada de los club de costura mientras me ponía en manos de un experto en
lenguas, el P. A. Moreno, para que me enseñara nambyia que es una de las
lenguas que allí se hablan y me ponía un poco al corriente de su cultura y
costumbres. También estaba en una nueva comunidad y tenía que aprender mucho
pues era una comunidad internacional compuesta por hermanas españolas y locales
de diversas tribus y lenguas.
Al principio piensas que el aprender otra lengua y
cultura es algo así como un estudio que al final te dan el diploma y ya ‘has
pasado la hoja’. Cuando va pasando el tiempo, descubres que hay muchos
tropiezos, que no se llega y que no entiendes; pues bien todo ello se debe a
que estamos vivos y a la vida nunca se la puede atar y siempre evoluciona. Y
¡ay! del que se crea por encima de los demás, cuando menos lo piense, en cualquier
situación o acontecimiento ¡zas! se rompen los moldes y te das el batacazo.
Bueno pues algo así he pasado yo. Por otra parte descubres la gran riqueza que
encierra la vida y cuando logras un pequeño avance, venga de donde venga, al
terminar el día no dejas de dar gracias a Dios por ello; has abierto los ojos
del corazón para ver que TODO viene de ÉL. Esto me llevó a descubrir que todos
somos DON y como don en la medida que lo ponemos al servicio de los demás,
haremos que la vida siga creciendo.
Después de unos años en mi trabajo de costura y pastoral
con las mujeres, mis superioras me pidieron ir por 6 meses a ayudar a la Casa
de ancianos. Esto fue en abril del 1986, hoy estamos en el 2012 y continúo con
los ancianos. Comparto con ellos su vejez, esa vejez a la que todos llegaremos
tarde o temprano pues como yo digo: Una vez nacido, todos tenemos nuestro carné
de identidad y aquí nadie puede robar o adelantar al otro.
Los ancianos me están enseñando a vivir; están cargados
de historia y en este caso, de muchas desgracias ya que los que están en la
Casa, ninguno tiene oficialmente familia ni pensión con la que disfrutar un
poco, como diríamos en la lengua común: son el desecho de la sociedad. Yo os
puedo decir que ellos con su historia, su vida me han enseñado y enriquecido; a
mí en muchas cosas; también ‘enfadado’ pero el cariño y el amor siempre vence;
ELLOS son los que me han evangelizado a mí pues me ayudan a ser mejor persona
ya que me dan la oportunidad de luchar por darles una vida tranquila y feliz en
sus últimos días y mucho cariño; aunque muchas veces pienso que es mucho más lo
que de ellos recibo.
Lo que sí os puedo decir es que desde que se abrió la
Casa en 1983, ya han partido a la casa del PADRE más de 115 ancianos, y que
cuando otro parte, un trocito de mi corazón se va con él pues a la muerte nadie
se acostumbra. Y también que todos los que trabajamos con ellos, nos quedamos
contentos, hemos tratado de cuidarles y hacerles felices y se han ido con la
paz de ir a reunirse con sus antepasados, con el buen Dios misericordioso que a
todos nos espera”.