La hermana Conchita González, de las Misioneras de
Nuestra Señora de África, conocidas como Hermanas Blancas por el hábito que
visten, que acaba de volver a Kinshasa después de unas vacaciones en su tierra
segoviana, cuenta su aventura hasta llegar a su misión:
“¿Cómo estáis? Ya estoy en Kinshasa; el cinco de enero a
las 19,20 el avión aterriza en Kinshasa; se nos anuncia que llueve
torrencialmente y que hay que esperar con paciencia, pondrán autobuses al pie
de la escalerilla… nos conducen a las salas del aeropuerto, la agencia ha
instalado ocho o diez ventanillas para agilizar los trámites, creo que éramos
alrededor de 400 personas. El calor es agobiante y una joven se marea y cae
redonda a mi lado a Dios gracias la Cruz Roja llega con rapidez.
Las maletas llegan sin dificultad, las mías como las de
todos pesan como muertos, hay carritos pero no para todos, con coraje empiezo a
arrastrar las maletas y enseguida alguien se compadece de mí y me las lleva
hasta el coche donde mis compañeras me esperan, la propina no podía faltar y se
fue feliz a buscar algún que otro pasajero pues estos maleteros viven de esto.
La lluvia sigue siendo torrencial, el aeropuerto de
nuestra casa está a unos veinte kilómetros. Nos ponemos en marcha, pasados unos
cinco kilómetros, un atasco impresionante, imposible de dar un paso, en dos
horas y media hicimos unos cinco kilómetros, llegamos a casa a las once de la
noche, tres horas para hacer unos veinte kilómetros pero a Dios gracias
llegamos bien. El espectáculo era impresionante, la gente se bajaba de los
coches y con la lluvia, calados hasta los huesos, algunos descalzos con las babuchas
rotas en las manos y a oscuras, las únicas luces eran las de los coches que
cegaban, así trataban de llegar a sus destinos. Después me explicaron que más
de uno decidió buscar una ‘posada’ donde pasar la noche.
Al día siguiente sin haber tenido tiempo de abrir las
maletas acompañé a las hermanas de la comunidad a la inauguración de un
seminario que nuestros compañeros, los misioneros de África, han construido
para formar a los futuros misioneros, pues aquí no hay crisis vocacional y las
vocaciones son muy numerosas. Pasamos un día bonito pero a la vuelta una vez
más los atascos, estuvimos hora y media sin dar un paso. Este problema de
atascos se multiplica cada vez más ya que los coches se multiplican pero las
carreteras no y os aseguro que hace falta mucho coraje para salir de casa, pero
una ciudad con diez millones de habitantes necesita transporte y como no
tenemos metro ni buenos autobuses nos conformamos con lo que existe, pequeñas
furgonetas haciendo de taxis. En este ambiente he dado mis primeros pasos en
Kinshasa.
El lunes siete después de misa pensé que no llegaría a
casa, aquí no eran atascos eran encuentros; de veras no tengo palabras para
deciros con la alegría que la gente me recibió, a la puerta de la iglesia me
hicieron corro, abrazos, yuyus=aclamaciones con ruidos hechos con la boca,
danzas, etc. llegué a pensar soy más popular que don Domi en la parroquia del
Cristo… nunca hubiera pensado que tanta gente se alegrara de verme, aunque
confieso que la alegría era reciproca pues yo me siento en casa y feliz.
Durante toda la semana las visitas se han sucedido y he
gozado de acoger a la gente, esto me confirma en la decisión que he tomado, a
mi edad no tengo que agobiarme con muchas cosas, la gente quiere que los
escuches y que transmitas paz.
El sufrimiento es grande en Kinshasa y la enfermedad y la
muerte ronda por todos los sitios, las pocas visitas que he hecho desde que he
llegado han sido para dar ánimo a los enfermos y ‘consolar’ a las familias que
han perdido un ser querido.
El párroco, un sacerdote joven que le gusta llamarme
abuelita después de abrazarme me dice: Las señoras de Caritas te esperan, hay
que seguir sosteniéndolas… cosa que haré con gusto pues con los pobres y la
gente sencilla me encuentro a gusto.
Creo que con estas palabras he resumido lo que he vivido
desde que llegué, y no voy a extenderme más. Que esta carta transmita todo mi
agradecimiento por el cariño y la acogida que he tenido entre vosotros. El
Salmista dice en el salmo 116: ‘como pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho...’ y esta es mi oración… Con un fuerte abrazo me despido de todos y cada
uno de vosotros”.