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20 de marzo de 2013

La misionera segoviana Conchita González desde Kinshasa


La hermana Conchita González, de las Misioneras de Nuestra Señora de África, conocidas como Hermanas Blancas por el hábito que visten, que acaba de volver a Kinshasa después de unas vacaciones en su tierra segoviana, cuenta su aventura hasta llegar a su misión:
“¿Cómo estáis? Ya estoy en Kinshasa; el cinco de enero a las 19,20 el avión aterriza en Kinshasa; se nos anuncia que llueve torrencialmente y que hay que esperar con paciencia, pondrán autobuses al pie de la escalerilla… nos conducen a las salas del aeropuerto, la agencia ha instalado ocho o diez ventanillas para agilizar los trámites, creo que éramos alrededor de 400 personas. El calor es agobiante y una joven se marea y cae redonda a mi lado a Dios gracias la Cruz Roja llega con rapidez.
Las maletas llegan sin dificultad, las mías como las de todos pesan como muertos, hay carritos pero no para todos, con coraje empiezo a arrastrar las maletas y enseguida alguien se compadece de mí y me las lleva hasta el coche donde mis compañeras me esperan, la propina no podía faltar y se fue feliz a buscar algún que otro pasajero pues estos maleteros viven de esto.
La lluvia sigue siendo torrencial, el aeropuerto de nuestra casa está a unos veinte kilómetros. Nos ponemos en marcha, pasados unos cinco kilómetros, un atasco impresionante, imposible de dar un paso, en dos horas y media hicimos unos cinco kilómetros, llegamos a casa a las once de la noche, tres horas para hacer unos veinte kilómetros pero a Dios gracias llegamos bien. El espectáculo era impresionante, la gente se bajaba de los coches y con la lluvia, calados hasta los huesos, algunos descalzos con las babuchas rotas en las manos y a oscuras, las únicas luces eran las de los coches que cegaban, así trataban de llegar a sus destinos. Después me explicaron que más de uno decidió buscar una ‘posada’ donde pasar la noche.
Al día siguiente sin haber tenido tiempo de abrir las maletas acompañé a las hermanas de la comunidad a la inauguración de un seminario que nuestros compañeros, los misioneros de África, han construido para formar a los futuros misioneros, pues aquí no hay crisis vocacional y las vocaciones son muy numerosas. Pasamos un día bonito pero a la vuelta una vez más los atascos, estuvimos hora y media sin dar un paso. Este problema de atascos se multiplica cada vez más ya que los coches se multiplican pero las carreteras no y os aseguro que hace falta mucho coraje para salir de casa, pero una ciudad con diez millones de habitantes necesita transporte y como no tenemos metro ni buenos autobuses nos conformamos con lo que existe, pequeñas furgonetas haciendo de taxis. En este ambiente he dado mis primeros pasos en Kinshasa.
El lunes siete después de misa pensé que no llegaría a casa, aquí no eran atascos eran encuentros; de veras no tengo palabras para deciros con la alegría que la gente me recibió, a la puerta de la iglesia me hicieron corro, abrazos, yuyus=aclamaciones con ruidos hechos con la boca, danzas, etc. llegué a pensar soy más popular que don Domi en la parroquia del Cristo… nunca hubiera pensado que tanta gente se alegrara de verme, aunque confieso que la alegría era reciproca pues yo me siento en casa y feliz.
Durante toda la semana las visitas se han sucedido y he gozado de acoger a la gente, esto me confirma en la decisión que he tomado, a mi edad no tengo que agobiarme con muchas cosas, la gente quiere que los escuches y que transmitas paz.
El sufrimiento es grande en Kinshasa y la enfermedad y la muerte ronda por todos los sitios, las pocas visitas que he hecho desde que he llegado han sido para dar ánimo a los enfermos y ‘consolar’ a las familias que han perdido un ser querido.
El párroco, un sacerdote joven que le gusta llamarme abuelita después de abrazarme me dice: Las señoras de Caritas te esperan, hay que seguir sosteniéndolas… cosa que haré con gusto pues con los pobres y la gente sencilla me encuentro a gusto.
Creo que con estas palabras he resumido lo que he vivido desde que llegué, y no voy a extenderme más. Que esta carta transmita todo mi agradecimiento por el cariño y la acogida que he tenido entre vosotros. El Salmista dice en el salmo 116: ‘como pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho...’ y esta es mi oración… Con un fuerte abrazo me despido de todos y cada uno de vosotros”.