
Pilar descubrió que quería ser misionera muy joven con el
fin de “estrechar las desigualdades sociales existentes en el mundo”. Desde
entonces se preparó a conciencia y estudió para poder desarrollar esta labor
humanitaria. “A nivel psicológico es importante estar concienciado sobre las
circunstancias que rodean los países en vías de desarrollo”, explica Pilar.
Para ella fue trascendental conocer la experiencia de otras misioneras. “Hablar
con ellas me ayudó a superar muchas dificultades”, confiesa Pilar.
Desde su primera misión, tanto Pilar como Antoni suman
décadas de experiencia que les ha cambiado la visión del mundo. La vocación de
ayudar a los demás, que comparten ambos misioneros, les ha llevado a vivir
durante años rodeados de miseria, pobreza y violencia.
“A pesar de estas calamidades la gente de estos países
tiene unos valores humanos únicos”, reconoce Pilar. Cuenta que la vida en una
misión no es fácil, aunque añade que “las dificultades que hemos tenido nos han
ayudado en nuestra manera de ser”. Esta misionera confiesa que en su primera
misión sintió el miedo, una sensación que se repitió en viajes posteriores y a
la que se ha acostumbrado desde entonces. “El miedo desaparece. Hay que
convivir con él para poder reaccionar y ayudar a los demás”.
En España existen 14.000 misioneros, una cifra que según
Pilar “no es suficiente, porque los misioneros somos necesarios para
desarrollar trabajos sociales y humanitarios en cualquier parte del mundo”. Por
el momento Pilar no ha pensado en retirarse. “Los misioneros no tenemos
jubilación, siempre habrá alguien que nos necesite”, afirma