
Según explica el misionero José Aguilar, con el dinero de
la fiesta del 2012 se pudieron hacer muchas cosas. “Con pequeñas cantidades se
hacen maravillas y se solucionan problemas de la gente de a pie. Gracias todos
vosotros que lo hacéis posible. Nos gustaría que vierais sus caras de bienestar
al recibir la pequeña ayuda; les explicamos que gente lejana, sin conocerlos,
les ayudan. Nos piden que os demos las gracias. Aprovechamos la ocasión para
deciros en su nombre: GRACIAS”.
Con lo que se recaude este año en la fiesta “Mongola
Mola...”, cuenta Pepe Aguilar, “visitaremos a los presos que hay en una pequeña
prisión estatal cercana; les solemos llevar jabón, crema de dientes, cuchillas
de afeitar, crema para untarse la piel (a la raza negra se le seca mucho la
piel y continuamente necesitan cremas) y algunas chucherías. Este año hasta les
llevamos una cabra para que se la comieran. Normalmente charlamos un poco con
ellos, les deseamos feliz Pascua y nos despedimos. No nos dejan estar más
tiempo con ellos. Todos son jóvenes y se dedican a cultivar arroz. Pero este
año ocurrió algo diferente. Nos explicaron que no tienen comedor. Comen al aire
libre; cuando llueve o hace viento con arena (en Mangola es muy frecuente), lo
pasan mal y no comen a gusto. Nos pidieron ayuda para que les construyéramos un
comedor para unas 150 personas. Y se nos encendió la lucecita: parte del dinero
de la fiesta se destinará a construir un comedor para los 150 presos de la
cárcel de Mangola. Y, además, seguiremos con las cargas adquiridas y tapando
agujeros. Este lugar tiene más goteras que el infinito desierto. Nos
contentamos con seguir tapando algunas de ellas y hacer pequeñas dunas verdes
en la aridez del duro desierto. Nos contentamos con provocar sonrisas en niños
desvalidos, jóvenes sin futuro, ancianos abandonados, o personas para las que 1
euro es un tesoro (muchas veces, el sueldo de un duro día de trabajo). Sabemos
que la situación en España no está para bollos y que las dificultades para
sobrevivir han llegado a muchos que hasta ahora vivían bien y nunca imaginaron
llegar a la indigencia. Es hora de ser solidarios incluso con los que tenemos a
nuestro lado”, dice este misionero que lleva 36 años en Tanzania