
“A finales de junio, se cerrará mi etapa boliviana. Seis
años para la acción de gracias por haber compartido la vida con este pueblo y
trabajado por la Escuela Pía que crece en él, queriendo servir a los más
pobres.
Muchas alegrías, algunos sinsabores y no pocas esperanzas
incumplidas o inacabadas. Más de las que yo desearía. Como la vida misma.
Cierro este capítulo de mi vida con el convencimiento de que paso páginas que
no volveré a leer. Con la sensación de que la vida se encamina disparada hacia
un horizonte cada vez más cercano. Pero con la libre decisión de no mirar
atrás, avanzando sin lamentos ni nostalgias, con esperanza.
Muchas cosas me hubiera gustado ver realizadas, otras
tantas quedan sin acabar. No me preocupa. Otros vendrán que las continúen, y
siempre estará el que ‘riega y da crecimiento’ (1ª Cor 3, 6-8). Cultivar la
actitud del desapego (no confundir con el desinterés) y la ‘santa
indiferencia’, evita muchos sentimientos incordiantes, y favorece la paz
interior. ¡Qué sabia la máxima evangélica ‘Siervo inútil soy’, cuando se ha
hecho lo que se tenía que hacer!
Pero uno no vive de puntillas, sin tocar suelo. La
realidad que pisas, se te pega. No ‘pasas’ sino que ‘estás’. Y al estar, echas
raíces. Y creas afectos, que son como nudos que cuesta desatar. ‘Hacer las maletas’
siempre será una tarea dolorosa. Quedarse sin ‘hogar, sin árbol verde, sin pozo
blanco, sin cielo azul y plácido’, como dice el poeta, es un acto de renuncia
que tiene su costo. Se deja un pedacito de vida allí por donde se pasó
‘estando’.
Regreso con la incertidumbre sobre lo que me deparará el
futuro inmediato: ¿a dónde? ¿Cómo? ¿Para qué? No importa, la vida está muy por
encima de cualquier interrogante. Máxime, cuando uno quiere que su vida
transite por los caminos de la fe y sabe que esa ‘luz’ ilumina cualquier cañada
y vereda por oscura que sea (Sal 22). En este momento, me agrada tatarear la
canción: ‘Al encuentro voy, con el Dios de la vida’.
Hubo un tiempo, año 2005, en el que al encomendarme
nuevas empresas escolapias, con la vida ya avanzada, me identificaba con
Zacarías en su ‘Benedictus’ (Lc 1, 68). Pero, a pesar de los años, había
horizontes, quedaban fuerzas, era posible asumir la ‘fuerza del Señor’. Es
ahora el justo Simeón, con su ‘Nunc dimittis’ (Lc 2, 29), mi modelo de
referencia, al concluir mi estancia en Bolivia. ‘Ahora, Señor, puedes dejar a
tu siervo irse en paz’. Ninguna empresa me espera, las fuerzas escasean y la
salud nota el paso de los años. Me bastará con agotar mi vida, sacando de ella
la profundidad que, sólo la vida desvestida de ropajes efímeros, nos puede dar.
Al llegar a Bolivia, enero de 2008, compartía mis
primeros sentimientos. Justo es que, ahora, al comunicarles mi regreso, les
haga también partícipe de lo que vivo y siento al emprender el viaje de
retorno”