Luis Ortiz es un religioso amigoniano español, natural de
Santo Domingo de la Calzada, que lleva 27 años en Filipinas y que ahora le ha
tocado vivir las consecuencias del tifón Yolanda.
“¡Gracias! si gracias a todos vosotros por haberme
ofrecido esta oportunidad de ser vuestro representante en Filipinas de vuestra
generosidad y solidaridad.
Era el 9 de enero de 2014, dos meses y un día después de
que nos azotase brutalmente el tifón Yolanda. Podría ser un día más a vivir sin
hacer nada más extraordinario que hacer lo que hacemos todos los días, pero eso
no iba a ser así. Hoy en Filipinas, y más concretamente en Manila, se celebra
el Black Nazareno, el Nazareno Negro, una fiesta que mueve millones de devotos.
Y digo bien pues hoy se esperan unos 10 millones de devotos que con su fe y
esperanza, a pesar de todas las calamidades que vivimos, de una forma u otra,
intentaran dar gracias por los dones recibidos o solicitarle a su Black
Nazareno alguna gracia especial para alguno de sus seres queridos. Pero, aparte
de esto hoy también iba a ser un día especial por otra razón.
Eran las tres de la madrugada cuando Brother Benjie y un
servidor salíamos de casa para coger un avión y dirigirnos a Estancia, Iloilo,
un pueblo doblemente afectado por el tifón Yolanda. Una por la destrucción que
hizo de por sí el tifón con sus vientos superiores a los 300 kilómetros por
hora y unas olas de más de 8 metros de altura que provocaron, al mismo tiempo,
que una gabarra de la compañía eléctrica de NAPOCOR fuera desplazada hasta la
orilla de una de sus costas, en el barrio Botongon, y se produjese un derrame
de más de 900.000 litros de aceite, que hizo que más de 2.000 personas tuvieran
que desplazarse a vivir en tiendas de campaña, porque el nivel tóxico era 16
veces mayor del tolerable.
Anteriormente habíamos ayudado de varias formas a las
personas afectadas por el tifón, pero hoy iba a ser el día en que íbamos a ver
la realidad con nuestros propios ojos en el lugar en donde ellos viven, y así
ha sido. Hemos podido compartir con ellos sus tristezas y penas mientras nos lo
contaban con una sonrisa en su cara. Hoy hemos sido doblemente bendecidos, por
haber podido compartir con este pueblo un poco de su tiempo y haber aprendido
la lección que allí, donde hay destrucción, con fe también hay esperanza, y por
habernos dejado ser vuestros mensajeros de alegría y esperanza.
En esta nuestra primera visita, aparte de estudiar y ver
cuál puede ser la mejor forma de ayudar a este pueblo, hemos dado también un
presente, para que puedan empezar a darle un pequeño cambio a sus vidas. Cuando
nos llevaron a uno de sus barrios, Gogo, un barrio de pescadores, pues casi el
95 por ciento de este pueblo vive de la pesca, vimos cómo estaban haciendo
barcas para pescar y nos comentaron que ya son varios los que les han prometido
ayudarles para construir más barcas. Pero nos comentaban, y les pongo este
ejemplo, que es como tener una mesa muy elegantemente preparada con toda su
vajilla y cubiertos, pero luego no te ponen comida. Pues sí. Eso es lo que les
está pasando. Que hay gente que se ha comprometido a hacerles las barcas pero
no les dan las redes.
Y, como nosotros también queremos ayudarles. Hoy como
señal les hemos donado lo necesario para que diez pescadores que han recibido
una barca puedan empezar ya a pescar.
A nosotros nos han dado las gracias, pero sabed y estad
orgullosos de ello que sois vosotros los que a través de la Fundación Amigó
estáis haciendo que sus esperanzas se estén convirtiendo en realidad.
Hoy en el nombre del pueblo de Estancia os quiero dar las
gracias a todos vosotros. El caminar una milla mas al servicio de los demás nos
hace sentir mejor en lo que hacemos”






















































