Ana
María López Castaño, misionera laica de Lugo, comparte su reflexión después de
siete años en misión. Pertenece a Juventudes Marianas Vicencianas y está
ejerciendo su labor en Bolivia, en el campo de la educación, la salud y la
asistencia carcelaria en el penal de San Pedro de Sacaba.
“El
siete para los cristianos es un número importante, por el simbolismo que
encierra… para mí hoy es el número de años que cumplo en misión y me invita a
hacer una revisión personal…
Que
ha pasado conmigo en este tiempo… He conocido, y sigo conociendo una cultura
compleja y maravillosa, una cultura que no te grita las cosas a la cara, pero
te va enseñando a leer la vida, en el silencio, en los gestos… una cultura que
entiende la amistad de una manera distinta, pero si te dejas sorprender
descubres una nueva dimensión de esta, y te ayuda a ver con unas nuevas gafas
las relaciones humanas. Una cultura que vive el presente, porque no sabe si hay
mañana. Una cultura que sufre, y festeja la vida.
He
conocido el significado de grandes palabras en mi vida, que creía conocer, pero
realmente no era así… su significado profundo, ha tocado mi alma, y me ha
cambiado como persona…
Creía
saber lo que era la libertad… los privados de libertad me han enseñado a
descubrir su valor y significado más profundo… que a veces las peores ataduras,
no son las rejas, o el encierro… sino los golpes de la vida, que marcan tu
existencia… Creía saber lo que era la justicia, pero esta sociedad, la cárcel,
el vivir en medio de la corrupción… me han hecho revalorarla, y entender cuan
injusta puede ser nuestra justicia… y agradezco a Dios que tenga una concepto,
tan amplio, tan distinto…
Creía
saber lo que era la misericordia, pero que pobre era mi misericordia… lo
entendí al ser consciente de cuanto se puede llegar a querer a gente que jamás
pensé poder querer de esta manera… y hoy puedo decir que aprendí amar a la
gente más allá de los errores que hayan cometido, por muy graves que sean…
Creía
entender aquello que decía Jesús de la importancia de compartir la mesa… lo
entendí la primera vez que me senté en Nochebuena, con los privados de Libertad
a comer, compartir, celebrar… y desde ese entonces es una práctica constante…
Creía
saber que era la Comunidad, hoy lo vivo con toda su complejidad, pero como uno
de los mejores regalos de estos años de misión.
Creía
que sabía lo que era el dolor, y la fortaleza… hasta compartir con el pueblo
Boliviano tantas cosas complicadas… ver como la vida golpea duro, y como se
levantan, una y otra vez… te da una nueva dimensión de ambas palabras… Creía
saber lo que era el arte, hasta que vi la sonrisa de los chicos de Sigamos, de
Imaynalla o de la gente del Penal al reconocerse artistas…
Creía
saber lo que era la soledad, pero la misión me ha ayudado a entender nuevas
dimensiones de esta palabra… sobre todo a la hora de sentir y procesar la vida…
Creía
saber lo que era el desarraigo, y quizá lo sabía en teoría, ahora sé cómo se
siente.
Creía
saber lo que era confiar en Dios. Cuantas lágrimas, enojos y frustraciones me
han costado aprender esta práctica…
Bolivia,
no solo me ha ayudado a comprender y profundizar en el significado de estas
palabras… me ha regalado muchas personas que han dejado una huella profunda en
mí: Germán, Delmy, Daniel y Ana Ruth, Ángela, la comunidad que me acompañó y
acompaña en este viaje… son un ejemplo de constancia, trabajo, fe, alegría, vida.
Cristina, Margod, Emily, Victoria, Indira… la familia del trabajo, con las que
sueño que otro mundo puede ser posible, y a veces, juntas lo hacemos realidad…
Omar, Cristian, Aurora, Adolfo, Héctor, José, Faustino… ellos me abrieron su
corazón y vida, y me dejaron caminar a su lado durante un rato…, todo un
regalo, me han hecho llorar, reír, enojar, escuchar, rezar, amar… José Armando,
Don Luciano… ellos se fueron con Dios, y me tocó acompañarles en sus últimos
días… y con ellos descubrí la importancia de solo estar… Piero, Avendaño,
Cesar, los chicos del Sigamos y del Imaynalla… sacaron la mejor artista que
había en mí, y a la mejor maestra para pintar el mundo con nuevos colores…
Nidia, Nati, Ariel, Zaida, Meli, Jhus… ellos me trajeron de vuelta a la Pastoral
Juvenil, una parte de mi que disfruta y se revitaliza al poder acompañar a los
jóvenes.
Todos
ellos me han ayudado a moderar mi carácter, a ser un poco más paciente, a
luchar, a seguir adelante, a confiar en Dios, a amar, a llorar, a sonreír, a
sufrir, a estar sola… son los que le dan sentido a esta vida, son los que hacen
a Dios presente.
Algo
que también me ha enseñado Bolivia, la misión, ha sido valorar, y querer más y
a mi familia, la distancia te regala una nueva manera de ver la vida, y las
relaciones. Lo mismo ha ocurrido con las amistades, muchas se han ido enfriando
con el tiempo, pero para algunas ha sido una prueba para crecer y hacerse más
fuertes.
También
me ha enseñado a valorar a mi iglesia local, y diócesis, que me han acompañado,
y acompañan desde el día que los dejé… en mis últimas vacaciones, viví una gran
acogida por parte de la iglesia de Lugo, que se dedicaron a cuidar y mimar a su
misionera…
Y
bueno, echando la vista atrás, hay mucha vida vivida… risa, algunas lágrimas,
mucho amor y algún sufrimiento, una gran familia, mucha gente buena, muchos
retos, sueños realizados, y otros por realizar, algunos enojos, y muchas cosas
que sigo sin entender, muchas cosas aprendidas, y muchas por aprender, y sobre
todo Dios en medio de toda esa vida… al que le agradezco enormemente escogerme
para esta vocación tan peculiar”






















































