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11 de abril de 2014

El misionero laico Lander Ugartemendia recuerda su año en la misión de Korhogo, Costa de Marfil


El misionero laico, Lander Ugartemendia explica su día a día en la misión en Korhogo, al norte de Costa de Marfil, donde ha estado durante todo el año 2013.
“Ya desde Irún, me dirijo a todos vosotros, hermanos y hermanas, para mandaros un cálido abrazo y relataros brevemente mi experiencia de misión. Así pues, me pongo a disposición de la Congregación Hijas de la Cruz, en cuya familia y carisma participo. Tras analizar varios posibles espacios de misión, la Congregación estima que allí donde puedo ser ‘más útil’ es en Korhogo, una ciudad al norte de Costa de Marfil, en el corazón de la etnia de los Senufo”, cuenta Lander.
“Costa de Marfil, en África Occidental”, explica, “se encuentra en proceso de reconstrucción y reconciliación nacional, un país que ha sufrido una cruenta guerra civil desde 2002 hasta 2011. En el norte, humillado y abandonado institucionalmente desde la independencia en 1960, carecía de lo más básico: agua, electricidad, asfalto, etc. El pasado es desolador, el presente laborioso y el futuro esperanzador”. Cuenta que el “día que llegué a Korhogo conocí a mi familia, los Soro, con los cuales he vivido y convivido en su humilde casa del barrio Sinistré, me atribuyeron una nueva identidad. ‘Desde hoy eres miembro de nuestra familia, por lo cual te apellidarás Soro, y como serás senufo, hemos pensado para ti el siguiente nombre: Zié, me dijo Alphonse, el padre de familia. ‘¿Y tiene significado?’ pregunté. Y me contestó:  ‘Sí, significa el primero de entre los hijos’, dejándome sin palabras, emocionado. Y lanzo la siguiente pregunta: ¿somos capaces en Occidente, en el mundo desarrollado, de compartir casa, espacio y realidad, de acoger a un extranjero sin conocerlo y con un color de piel diferente? ¡Qué verdad es que los pobres nos evangelizan!”.
Las Hijas de la Cruz gestionan tres obras principales en Korhogo: un colegio de secundaria, un centro de acogida para personas con enfermedades psíquicas llamado Saint Camille (el único en toda la zona norte) y otro centro para personas con discapacidades física, cognitiva y sensoriales Don Orione (también único en el norte del país). “En este último centro” – prosigue este joven misionero – “he desarrollado parte de mi misión, trabajando con los niños y niñas con autismo, enfermedades cerebrales, con capacidades reducidas consecuencia de un neuro paludismo, con sordomudos, etc.”.
Relata cómo “esta población está en constante riesgo y vive en el límite entre la vida y la muerte. Por un lado, las arraigadas creencias tradicionales provocan que sean considerados reencarnaciones de serpiente (del mal), y en varias ocasiones hemos acogido a niños, con las madres, que huían de las perdidas aldeas de la sabana pues los querían matar. Sí, una cruel realidad que he aprendido a no juzgar. Por otro lado, estos niños suponen una gran carga para las pobres familias africanas: los niños son futura mano de obra que permitirán traer unas monedas en el futuro. Entre ocho o diez niños por matrimonio, estos niños sufren la exclusión en las familias, ya que nunca podrán traer esas monedas que permiten comprar algo de arroz para cada día. Desolador, pero he aprendido a no juzgar, ya que, salvando las distancias, en Occidente también eliminamos una vida aún sin ver la luz por tener una discapacidad. Las diferencias no son tantas.
“De esta manera, con grupos de diferentes discapacidades, emprendimos un trabajo más estructurado, más adecuado a las necesidades y realidad del niño o niña, etc. También era importante hacer un seguimiento de casa caso, por lo que el equipo de trabajadores decidió hacer una reunión mensual y hacer un pequeño dossier cada seis meses. Así comenzó a hacerse.
Existía también en el centro una chica francesa cooperante. He podido descubrir la gran diferencia entre ser cooperante y misionero. Ser misionero supone colaborar y mejorar dificultades tras haberse rebajado, no desde una superioridad intelectual, académica o de capacidades. Rebajarse para hacer camino juntos, de manera humilde, y salir de las dificultades también tomados de la mano.
Insertado en la cultura local, he sido uno más entre ellos. No se me olvidarán las caras de alegría de tantas ‘viejas’ cuando las saludaba en su idioma, el senufo. Su manera de apretarme las manos era suave y cariñosa, a pesar de la aspereza de las mismas.
Como veis, la experiencia no ha estado exenta de dificultades, pero prima ante todo lo positivo de este humilde pueblo africano, desconocido, que atribuye al extranjero el título de rey. Nunca me cansaré de dar gracias a Dios por esta maravillosa experiencia de vida que me ha regalado. ¡Qué grande es Él! Renunciar para ganar. Por ello, a Dios, que está en los corazones de cada Senufo, le digo, les digo: Foquééna! Eskerrik asko!”.