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3 de abril de 2014

Un samurái de camino a los altares


La Conferencia Episcopal Japonesa presentaba en el 2013 a la Congregación para las Causas de los Santos un informe de 400 páginas para la causa de beatificación de Takayama Ukon, un samurái japonés que prefirió afrontar el exilio antes que renunciar a su fe católica.
Takayama nació en 1552, tres años después de la llegada de San Francisco Javier al Japón. Cuando tenía 12 años, su padres se convirtió al catolicismo, y Ukon fue bautizado también con el nombre de Justo por el padre jesuita Gaspare di Lella.
Los Takayama eran daimios, es decir, miembros de la clase señorial y gobernante de la época. Los daimios tenían vastas propiedades y el derecho a formar ejércitos y contratar samuráis. Dado su estatus, los Takayama apoyaron la labor misionera en Japón, protegiendo a los cristianos japoneses y a los misioneros jesuitas.
En 1587, cuando Takayama Ukon contaba 35 años, el canciller de Japón, Toyotomi Hideyoshi, comenzó una persecución contra los cristianos, expulsando a los misioneros y forzando a los católicos japoneses a abandonar su fe. Aunque muchos daimios eligieron abandonar el catolicismo, Takayama y su padre escogieron, por el contrario, abandonar sus tierras y sus honores y conservar su fe. Eligieron, en consecuencia, la pobreza y perder todo. En 1597 tuvo lugar la ejecución de 26 católicos, misioneros y japoneses nativos, que fueron crucificados el 5 de febrero. A pesar de las amenazas, Takayama rechazó abandonar su fe, deseando vivir como cristiano hasta su muerte. Cuando el shogun Tokugawa Ieyasu prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama partió al exilio.
Condujo a un grupo de 300 católicos a Filipinas, que se establecieron en Manila. Llegaron en diciembre y, dos meses después, fallecía Takayama, debilitado por la persecución sufrida en Japón.
El padre jesuita Anton Witwer, es el postulador de la causa y, en declaraciones a la agencia católica CNA, recordaba que “puesto que Takayama murió en el exilio, debido a la debilidad causada por los malos tratos sufridos en su patria, el proceso de beatificación es el de un mártir”. Además, añadía, la vida de este japonés es un ejemplo “fidelidad a la vocación cristiana, perseverando a pesar de todas las dificultades”.