En 1971 las Obras Misionales Pontificias enviaban los
primeros 50.000 dólares para la construcción del seminario San Pedro Chanel en
Suva, Islas Fidji, Océano Pacífico. Por primera vez en la historia, las
Iglesias del Sur del Pacífico, destino de tantos misioneros, podrían contar con
un lugar donde los jóvenes que quisieran ser sacerdotes pudieran prepararse.
Era un deseo que se remontaba al primer obispo de Tonga, 120 años atrás, que,
por fin, se hacía realidad.
Al año siguiente, en 1972, con los cimientos puestos, se
enviaban 200.000 dólares, para terminar la construcción y comenzaba el primer
curso con apenas una decena de jóvenes. Desde aquel momento y dada la pobreza
de estas Iglesias del Pacífico, la Obra de San Pedro Apóstol no ha faltado a su
cita anual con la generosidad de estos seminaristas al seguir su vocación,
haciéndoles llegar la cantidad necesaria para mantener en funcionamiento el
seminario. Este año el envío ha sido de 39.710 dólares para alimentación y
estudios, además de otros 12.000 dólares para los gastos de viajes de los
seminaristas desde sus lejanas islas hasta el seminario, dos veces al año.
Son 108 jóvenes y casi una decena de formadores. Ese
sería en números el Seminario San Pedro Chanel. Pero los números no hablan de
la procedencia de quienes viven en esta institución, y cómo representan, con su
juventud, a la Iglesia católica de Oceanía. Las distancias son espectaculares:
hay 16 jóvenes de la isla principal de Fidji, uno de la isla de Noumea, a más
de 2.000 kilómetros hacia el Oeste, 14 de las islas de Samoa, a la misma
distancia pero en dirección este – es decir entre Noumea y Samoa hay la misma
distancia que entre Madrid y Nueva York -, otros 14 son de Tonga, a 1.000
kilómetros hacia el sudeste, 9 son de Port Vila, a 1.500 kilómetros al oeste, 10
son de Tarawa y Nauru, a 2.000 kilómetros hacia el norte, 4 son de las Islas
Carolinas, a más de 5.000 kilómetros en dirección a Filipinas, y uno de la
cercana isla de Wallis y Futuna, que está “sólo” a 300 kilómetros y es el lugar
del martirio del misionero San Pedro Chanel que da el nombre al seminario. Y
así hasta los 108, que no sólo son seminaristas diocesanos sino también
miembros de congregaciones religiosas, lo que hace que la convivencia de
procedencias y caminos enriquezca a todos los seminaristas.
Es, en cierto modo, la joya de la CEPAC, la Conferencia
Episcopal del Pacífico, que cuida que los formadores sean los mejores, la
formación adecuada y que cada seminarista adquiera unas sólidas bases para su
futura vida sacerdotal en este continente. Un verdadero “tapiz humano”, como lo
denominó el documento Ecclesia in Oceanía, por sus razas, inmensidad y carácter
único