La hermana Salvadora Arnanz, Hija de Jesús, comparte su
vida misionera en Bolivia donde, como ella dice, ha gastado lo mejor de ella en
la entrega a los demás.
“Doy gracias a Dios de encontrarme, una vez más en mi
tierra. En Segovia nací y crecí dentro de una familia religiosa: soy la mayor
de seis hermanos.
Mis años de niña y adolescente los viví, claro está, en
el hogar familiar, pero también pasé muchas horas en el colegio de las Hijas de
Jesús, en esta ciudad, donde realicé mis estudios de Magisterio. ¡De esto hace
ya muchos años! Y fue en este colegio donde sentí que Dios me llamaba a
trabajar en su viña. Allí experimenté fuertemente la llamada de Dios a la vida
religiosa.
Después de hacer el noviciado en Salamanca, mis
superioras me destinaron a Medina del Campo, y desde allí el salto fue mayor:
Dios me quería en América. Tuve siempre una inclinación grande por las
Misiones, por llevar el Evangelio allí donde Jesucristo era, en algunos
ambientes, menos conocido. Se lo hice saber a la madre Provincial y aceptó mi
ofrecimiento.
Mi primer destino en América fue la República Dominicana.
Donde trabajé cinco años en una obra social. La gente de este país es muy
abierta y alegre. Me acogieron con mucho cariño y cercanía. Trabajaba, junto
con el resto de las hermanas, en una obra social, un Politécnico del Gobierno.
Tenía este centro un millar de alumnas a las que se les preparaba para
desenvolverse en la vida. Aprendían corte y confección, bordado a máquina,
peluquería, cocina, etc. Junto a este trabajo, poníamos mucho interés en su
formación religiosa y humana. Se trataba de formar su personalidad, de que
fueran mujeres auténticas en la vida. Han pasado los años y sigo recordando
esta obra con mucho cariño. Principalmente, a mis antiguas alumnas.
De la República Dominicana di un salto a Bolivia. Han
pasado desde entonces cuarenta y seis años. A lo largo de ellos he hecho de
todo. Cuando llegué estaba comenzando la obra de “Fe y Alegría” que había
fundado el padre Vela, jesuita, en Caracas, con un grupo de jóvenes
universitarios que comenzaron a reunirse en una habitación destartalada que les
ofreció un vecino del barrio. Actualmente Fe y Alegría está extendida por
diversos países. En Bolivia la primera escuela la fundaron los jesuitas en La
Paz. La segunda, fue la nuestra, en Santa Cruz, en un barrio marginal, con
familias muy pobres. Allí estuve muchos años trabajando entre ellos.
Aquellos años, por la década de los setenta, varias
congregaciones religiosas abrieron escuelitas insertas en el campo. Nosotras
nos inclinamos por el oriente boliviano en una zona de colonización de
campesinos quechuas. Visitábamos a las familias que nos recibían siempre muy
bien. Carecíamos de muchas cosas: en aquellos años no había allí carreteras, ni
luz, ni agua, pero nunca nos faltó el cariño y la cercanía de las personas.
Participábamos de sus alegrías y de sus penas. Éramos sus madrecitas, así nos
llamaban. Teníamos la suerte de contar entre nosotras con una hermana enfermera
dedicada completamente a la salud: ¡cuántas vidas salvó de picaduras de víboras
y de otros insectos…! Diez años estuve trabajando en este poblado de san
Germán.
Mi siguiente destino fue Potosí. A cuatro mil metros de
altura. También trabajé allí en una escuela de Fe y Alegría. Además de la
altura había que contar con el frío. No todas las personas lo soportan. Yo,
gracias a Dios no tuve ningún problema. Me adapté muy bien.
Potosí es un centro minero muy importante, de gran
riqueza en minerales, sobre todo, en plata y estaño. Allí se encuentra el Cerro
Rico donde dicen los bolivianos que los españoles sacaron tanta plata como para
poder construir un puente entre Bolivia y España. ¿No exagerarán…?
De Potosí pasé a Buen Retiro, un pueblecito de
Cochabamba, donde tenemos una obra muy bonita: un internado mixto de niños y
niñas, hijos de campesinos que por la pobreza de las familias difícilmente pueden
hacer una carrera universitaria. Hacen el bachillerato y, a la vez, una rama
técnica: carpintería, mecánica, electricidad para los muchachos y corte y
confección para las mujeres. Se les prepara para la vida.
Y termino con mi último destino: Cochabamba. Donde
tenemos la residencia para las religiosas mayores. En Bolivia hemos gastado lo
mejor de nuestras vidas… Desde allí queremos saltar hasta el cielo. Y allí nos
juntaremos todos…”