Después de una larga trayectoria como misionero en
África, el padre Josep Frigola, ampurdanés de Vila-robau, Girona, comparte sus
recovecos de vida interior, una reflexión con el corazón abierto sobre sus
últimos pasos como misionero.
Tras unos años en el seminario de Girona, Josep Frigola
comenzó su vida misionera en el año 1965 cuando fue enviado al entonces Alto
Volta, en el África occidental, lo que se conoce hoy como Burkina Faso. Después
de 20 años en aquel país, en diferentes lugares y parroquias, se traslada a
Níger en 1985 donde, hasta los 68 años, ha llevado a cabo su misión,
especialmente centrada en la educación de adultos.
“Siento que está próxima mi última etapa en África. Los
indicios son evidentes: la edad, la salud, menos capacidad y posibilidad de
trabajo en determinadas condiciones y el rumbo que es necesario tomar para
dejar que las nuevas generaciones sigan y actúen como Dios manda.
Esta recta final demanda una cierta previsión, lo que se
dice, una hoja de ruta. Cabe pues prever, discernir y decidir. Seguro que
también hay que hacerlo en comunidad. Y, al mismo tiempo, hemos de evitar
encerrar el Espíritu o cortarle las alas. Toda una proeza a la que todos estáis
invitados a participar”, explica el padre Frigola.
Después de 40 años trabajando en misiones, Josep Frigola,
reflexiona sobre su presente y futuro inmediato: “Os entrego un primer borrador
de esta hoja de ruta que, estoy seguro, habrá que tocar y retocar. Si Dios
quiere, durante las vacaciones del verano de 2015, a finales de junio,
celebraremos juntos una misa de acción de gracias por el 50 aniversario de mi
ordenación sacerdotal y misionera. Creo que vale la pena pero deseo hacerlo con
sencillez. Después de los tres meses habituales de vacaciones, pienso volver a
Níger por un breve tiempo. Será cuestión de celebrar también los 50 años de
vida en tierras africanas y de agradecer a Dios todo el bien que he recibido.
Lo aprovecharé para terminar de traspasar las actividades pastorales y sociales
que tengo encargadas. Habrá que ver cómo se lleva a cabo el relevo en las
mejores condiciones, facilitando la toma de responsabilidades y un nuevo
impulso con autonomía.
Lo que depende de nuestro equipo misionero y de la
institución eclesial no me preocupa mucho; justamente, la institución vela con
celo y habilidad por ella misma. Pienso más bien en el proyecto de
alfabetización de adultos. Esta actividad supone preocuparse cada año de un
millar de alumnos y de un centenar de profesores; se encuentran dispersos en seis
comunidades, a muchos kilómetros de distancia los unos de los otros. En cuanto
al trabajo, al que me he comprometido hasta ahora de traducción de textos –un
nunca acabar- pienso dejarlo bien asentado. Intento igualmente descubrir los
lugares más adecuados donde habrá que guardar la importante documentación sobre
el país que he ido recopilando y una gran parte de material didáctico que
tenemos en reserva. Entonces, hacer las maletas para una vuelta definitiva,
será fácil.
Y, después de todo esto, ¿qué?, preguntaréis. Esto es,
sinceramente, lo que me falta por decidir. Si por mi fuera, me gustaría ofrecer
unos años de servicio pastoral a la diócesis de Girona. Reencontrarme con las
raíces de mi partida a la Misión, agradecer tanto que debo a mucha gente de nuestra
tierra y concluir así el ciclo de las fuerzas apostólicas que me queden. Pero
ya lo sabemos: el hombre propone y Dios dispone”