La delegación de Misiones de Pamplona comparte con
OMPress el testimonio de uno de sus misioneros, Ramón Navarro, de vuelta ahora
a su misión en Etiopía.
“Me está costando adaptarme, después de casi un año
luchando contra un cáncer de colon, de nuevo a estas tierras y al trabajo (más
de lo imaginado) pero lo achaco a la altura en la que estamos (más de 2.200
metros) y a la ‘viejuz’ pues los años no pasan en balde. Procuro no
extralimitarme en nada de lo que hago y como todos saben lo que he pasado pues
nadie se lamenta, al contrario, me ayudan a mantenerme tranquilo y sin hacer
esfuerzos.
Os podéis imaginar las escenas de la gente cuando me vieron
después de tanto tiempo. La primera Misa del domingo en la misión fue
apoteósica. Mi compañero Eliseo se encargó de ponerle ‘pimienta’ diciéndoles:
‘Aquí tenéis a Ramón con su hermano y sobrino; han venido a traéroslo para que
no le pasara nada por el camino; ahora lo dejan en vuestras manos y hay de
vosotros si se vuelve a poner enfermo’… todos se levantaron a aplaudir, a rezar
y a dar gracias a Dios. ¡Emocionante! Se presentaron mi hermano y su hijo; les
hablaron cuatro palabrillas en Guyi, que repitieron mientras yo se las decía, y
acabamos todos abrazados. Luego presenciamos escenas parecidas en las iglesias
a las que tuvimos ocasión de visitar mientras anduvieron por aquí.
Se pasaron 40 días con nosotros. La primera semana
visitamos la parte Norte del país y el resto del tiempo en la misión pues
quisieron echarnos una mano y dejar ‘huella’. Como mi sobrino es albañil
aprovechamos para que nos hiciera unas letrinas para la zona de la Iglesia, una
caseta para los guardianes de la noche, el zócalo de nuestra casa y otras
menudencias que siempre hay que retocar y mantener. Mi hermano Joaquín, su
padre, le hacía de peón y nosotros de traductores cuando hacía falta. Como son
tan lanzados apenas nos necesitaron pues se entendían con la gente de
maravilla. Visitaron las casas de la gente, fueron a los mercados vecinos,
sacaron fotos a placer y hasta se montaron en las moto-taxis que son el último
grito por aquí. Al final hasta salieron hablando alguna que otra palabra en las
lenguas de esta gente. Se fueron felices y contentos porque además no les atacó
ninguna enfermedad. Habían venido con la lección aprendida y, esta vez, hasta
Joaquín se tomó las pastillas de prevención de la malaria. Las veces anteriores
ni se le pasó por la cabeza.
Estamos ahora cinco en la misión. ¡Lo nunca visto! Y
cuatro Hermanas Combonianas. Nosotros somos dos etíopes, un italiano, un
ghaneano y yo. Las Hermanas: dos italianas, una egipcia y una de Centro África.
Cuando se vaya el párroco el mes que viene nos quedaremos cuatro para llevar
adelante el trabajo: escolar, de la clínica y de la Iglesia. Como nunca me he
visto tan arropado pues casi me parece un sueño el que podamos turnarnos y
ayudarnos con cierta moderación y calma en el trabajo. Era hora de que nuestro
‘jefe’ (por cierto es un gallego) se diera cuenta de que esta misión tiene
mucho que patear y siendo dos no se podía llegar a casi nada. ¡A ver si dura la
suerte que ya sabéis lo que pasa en la casa del pobre!
La semana pasada tuvimos tres días por la misión a un
grupo de casi 100 jóvenes. Eran los líderes de los jóvenes de las comunidades
cristianas en las que trabajamos y vinieron a recibir instrucción, ánimo y
fuerza para trabajar entre su gente como queremos. Son gente maja y
comprometida pero siempre necesitada de formación cristiana y, sobre todo, de
entusiasmo para trabajar en momentos duros y difíciles.
Una semana antes estuvieron también otros tres días
nuestros catequistas. Hicimos algo parecido. Sin ellos no podríamos llegar a
casi ninguna parte pues hasta el momento los caminos son pocos e imposibles de
pasar con el coche. Nuestro párroco es quien se faja y cada dos semanas sale a
recorrer las distintas zonas en las que trabajamos. En los buenos tiempos lo
hacía yo; ahora dejo que lo hagan los demás. Nos vamos haciendo mayores...
Llevábamos casi un mes sin lluvia cuando esta noche
pasada nos ha caído un buen chaparrón. La gente estaba muy preocupada por sus
cosechas y sus campos. En las Misas rezábamos para que lloviera. Y esta mañana
ha sido general la acción de gracias. Tienen maíz y alguna verdura por sus
campos y esperan no se les sequen. Eso sí, tenemos niebla a mogollón y una
humedad que nos invita a encender todas las tardes noches la chimenea para
calentarnos y, de paso, calentar la casa. Estamos en invierno aquí y es lo
normal”…
“No dejéis de rezar por mí y quienes estamos por aquí. Yo
hago otro tanto por quienes estáis ahí, Buen trabajo y ánimo”