• INFANCIA MISIONERA 2022


    ¡Comienza a preparar la jornada!
  • CONCURSO INFANCIA MISIONERA 2022


    Tú eres luz para el mundo
  • MEMORIA DE ACTIVIDADES 2020


    ¡Así fue 2020 en Obras Misionales Pontificias!
  • AYUDA A LAS MISIONES


    Colabora con los misioneros españoles

23 de septiembre de 2014

El misionero Ramón Navarro de vuelta a Etiopía


La delegación de Misiones de Pamplona comparte con OMPress el testimonio de uno de sus misioneros, Ramón Navarro, de vuelta ahora a su misión en Etiopía.
“Me está costando adaptarme, después de casi un año luchando contra un cáncer de colon, de nuevo a estas tierras y al trabajo (más de lo imaginado) pero lo achaco a la altura en la que estamos (más de 2.200 metros) y a la ‘viejuz’ pues los años no pasan en balde. Procuro no extralimitarme en nada de lo que hago y como todos saben lo que he pasado pues nadie se lamenta, al contrario, me ayudan a mantenerme tranquilo y sin hacer esfuerzos.
Os podéis imaginar las escenas de la gente cuando me vieron después de tanto tiempo. La primera Misa del domingo en la misión fue apoteósica. Mi compañero Eliseo se encargó de ponerle ‘pimienta’ diciéndoles: ‘Aquí tenéis a Ramón con su hermano y sobrino; han venido a traéroslo para que no le pasara nada por el camino; ahora lo dejan en vuestras manos y hay de vosotros si se vuelve a poner enfermo’… todos se levantaron a aplaudir, a rezar y a dar gracias a Dios. ¡Emocionante! Se presentaron mi hermano y su hijo; les hablaron cuatro palabrillas en Guyi, que repitieron mientras yo se las decía, y acabamos todos abrazados. Luego presenciamos escenas parecidas en las iglesias a las que tuvimos ocasión de visitar mientras anduvieron por aquí.
Se pasaron 40 días con nosotros. La primera semana visitamos la parte Norte del país y el resto del tiempo en la misión pues quisieron echarnos una mano y dejar ‘huella’. Como mi sobrino es albañil aprovechamos para que nos hiciera unas letrinas para la zona de la Iglesia, una caseta para los guardianes de la noche, el zócalo de nuestra casa y otras menudencias que siempre hay que retocar y mantener. Mi hermano Joaquín, su padre, le hacía de peón y nosotros de traductores cuando hacía falta. Como son tan lanzados apenas nos necesitaron pues se entendían con la gente de maravilla. Visitaron las casas de la gente, fueron a los mercados vecinos, sacaron fotos a placer y hasta se montaron en las moto-taxis que son el último grito por aquí. Al final hasta salieron hablando alguna que otra palabra en las lenguas de esta gente. Se fueron felices y contentos porque además no les atacó ninguna enfermedad. Habían venido con la lección aprendida y, esta vez, hasta Joaquín se tomó las pastillas de prevención de la malaria. Las veces anteriores ni se le pasó por la cabeza.
Estamos ahora cinco en la misión. ¡Lo nunca visto! Y cuatro Hermanas Combonianas. Nosotros somos dos etíopes, un italiano, un ghaneano y yo. Las Hermanas: dos italianas, una egipcia y una de Centro África. Cuando se vaya el párroco el mes que viene nos quedaremos cuatro para llevar adelante el trabajo: escolar, de la clínica y de la Iglesia. Como nunca me he visto tan arropado pues casi me parece un sueño el que podamos turnarnos y ayudarnos con cierta moderación y calma en el trabajo. Era hora de que nuestro ‘jefe’ (por cierto es un gallego) se diera cuenta de que esta misión tiene mucho que patear y siendo dos no se podía llegar a casi nada. ¡A ver si dura la suerte que ya sabéis lo que pasa en la casa del pobre!
La semana pasada tuvimos tres días por la misión a un grupo de casi 100 jóvenes. Eran los líderes de los jóvenes de las comunidades cristianas en las que trabajamos y vinieron a recibir instrucción, ánimo y fuerza para trabajar entre su gente como queremos. Son gente maja y comprometida pero siempre necesitada de formación cristiana y, sobre todo, de entusiasmo para trabajar en momentos duros y difíciles.
Una semana antes estuvieron también otros tres días nuestros catequistas. Hicimos algo parecido. Sin ellos no podríamos llegar a casi ninguna parte pues hasta el momento los caminos son pocos e imposibles de pasar con el coche. Nuestro párroco es quien se faja y cada dos semanas sale a recorrer las distintas zonas en las que trabajamos. En los buenos tiempos lo hacía yo; ahora dejo que lo hagan los demás. Nos vamos haciendo mayores...
Llevábamos casi un mes sin lluvia cuando esta noche pasada nos ha caído un buen chaparrón. La gente estaba muy preocupada por sus cosechas y sus campos. En las Misas rezábamos para que lloviera. Y esta mañana ha sido general la acción de gracias. Tienen maíz y alguna verdura por sus campos y esperan no se les sequen. Eso sí, tenemos niebla a mogollón y una humedad que nos invita a encender todas las tardes noches la chimenea para calentarnos y, de paso, calentar la casa. Estamos en invierno aquí y es lo normal”…
“No dejéis de rezar por mí y quienes estamos por aquí. Yo hago otro tanto por quienes estáis ahí, Buen trabajo y ánimo”