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6 de octubre de 2014

Un misionero venezolano desde Mozambique


El misionero Néstor Quintero ha escrito a las Obras Misionales Pontificias de Venezuela para contar sus primeros días como misionero ad gentes en la diócesis de Tete, Mozambique.
“No lo podíamos creer cuando eran casi las 11 de la noche del día 29 de mayo, nuestro avión de LAM (Líneas Aéreas de Mozambique) estaba aterrizando en la ciudad de Tete... al centro norte del país.
Llegamos con más sueños que maletas (y eran muchas...) y al montarnos en el carro del padre Sandro Faedi, misionero de la Consolata, empezamos a entonar el himno de Jovenmisión, de la Infancia Misionera y de Centimisión; era un signo de la venezolanidad y como signo de unidad con esa Iglesia que nos enviaba y ahora nos acompañaba con la oración y la vida.
Las visitas no se hicieron esperar, conocer la Ciudad de Tete, capital de la provincia con el mismo nombre, en la cual cuelga un puente hermoso hecho por los portugueses antes de la independencia, 25 de junio de 1975. Una ciudad llena de gente luchadora, de mujeres valerosas y valientes, de niños que corren por sus calles... pero también de pobreza, de miseria, de dolores, de miradas tristes y apagadas, de historias de dolor...
Don Ignacio Saure, Obispo de Tete, nos recibía con un almuerzo para darnos la bienvenida, otros sacerdotes acompañaban la mesa; en fin, una bella experiencia estar allí recibiendo abrazos y ‘bem-vindo’ de parte de esta Iglesia agradecida porque nuestra vida misionera se viniera a sembrar aquí, una tierra sufrida por la guerra civil, que aunque oficialmente finalizó en 1992, aún sus actores de entonces, siguen manteniendo muy pequeños focos de violencia al sur, en la provincia de Inhambane.
Durante la primera semana en Tete hemos conocido las duras realidades de la periferia pobre de la ciudad, en donde la pobreza no es un juego ni una foto de revista, es una cruda, cruel y hasta cruenta realidad... en la que el hambre, el abandono, la supersticiones, la falta de agua, la ausencia de servicios y el flagelo del SIDA, hacen estragos por doquier. Conocimos las comunidades de San Pedro, San José de Tete, el Orfanato de la Hermanas San José de Cunill, el Hogar de las Vicentinas, entre otras.
También ha sido un tiempo para compartir con esta Iglesia Diocesana, que particularmente nos recibió con una ordenación de dos sacerdotes de clero diocesano. Una experiencia bella, animada, litúrgica, inculturada, pero con una duración de… lea bien... 4 horas... ¡si Señor! La gente se quedó toda hasta el final; después no podía faltar el almuerzo-casi cena, que empezó cerca de las tres y media.
Conocimos varias de las comunidades religiosas de hombres y mujeres que hacen vida en esta diócesis que ya tienen tiempo trabajando en esta porción del pueblo de Dios. Igualmente conocimos las adyacencias rurales, esas comunidades donde aún ni siquiera se habla portugués, como Boroma y Manje, donde se hablan dos leguas locales (dialectos) diferentes. Niños, hombres, mujeres, ancianos... muchos rostros, muchas vidas... y rostros tan pobres... pero dispuestos a ponerlo todo por la Evangelización en estas tierras”.