El misionero Néstor Quintero ha escrito a las Obras
Misionales Pontificias de Venezuela para contar sus primeros días como
misionero ad gentes en la diócesis de Tete, Mozambique.
“No lo podíamos creer cuando eran casi las 11 de la noche
del día 29 de mayo, nuestro avión de LAM (Líneas Aéreas de Mozambique) estaba
aterrizando en la ciudad de Tete... al centro norte del país.
Llegamos con más sueños que maletas (y eran muchas...) y
al montarnos en el carro del padre Sandro Faedi, misionero de la Consolata,
empezamos a entonar el himno de Jovenmisión, de la Infancia Misionera y de
Centimisión; era un signo de la venezolanidad y como signo de unidad con esa
Iglesia que nos enviaba y ahora nos acompañaba con la oración y la vida.
Las visitas no se hicieron esperar, conocer la Ciudad de
Tete, capital de la provincia con el mismo nombre, en la cual cuelga un puente
hermoso hecho por los portugueses antes de la independencia, 25 de junio de
1975. Una ciudad llena de gente luchadora, de mujeres valerosas y valientes, de
niños que corren por sus calles... pero también de pobreza, de miseria, de dolores,
de miradas tristes y apagadas, de historias de dolor...
Don Ignacio Saure, Obispo de Tete, nos recibía con un
almuerzo para darnos la bienvenida, otros sacerdotes acompañaban la mesa; en
fin, una bella experiencia estar allí recibiendo abrazos y ‘bem-vindo’ de parte
de esta Iglesia agradecida porque nuestra vida misionera se viniera a sembrar
aquí, una tierra sufrida por la guerra civil, que aunque oficialmente finalizó
en 1992, aún sus actores de entonces, siguen manteniendo muy pequeños focos de
violencia al sur, en la provincia de Inhambane.
Durante la primera semana en Tete hemos conocido las
duras realidades de la periferia pobre de la ciudad, en donde la pobreza no es
un juego ni una foto de revista, es una cruda, cruel y hasta cruenta
realidad... en la que el hambre, el abandono, la supersticiones, la falta de
agua, la ausencia de servicios y el flagelo del SIDA, hacen estragos por
doquier. Conocimos las comunidades de San Pedro, San José de Tete, el Orfanato
de la Hermanas San José de Cunill, el Hogar de las Vicentinas, entre otras.
También ha sido un tiempo para compartir con esta Iglesia
Diocesana, que particularmente nos recibió con una ordenación de dos sacerdotes
de clero diocesano. Una experiencia bella, animada, litúrgica, inculturada,
pero con una duración de… lea bien... 4 horas... ¡si Señor! La gente se quedó
toda hasta el final; después no podía faltar el almuerzo-casi cena, que empezó
cerca de las tres y media.
Conocimos varias de las comunidades religiosas de hombres
y mujeres que hacen vida en esta diócesis que ya tienen tiempo trabajando en
esta porción del pueblo de Dios. Igualmente conocimos las adyacencias rurales,
esas comunidades donde aún ni siquiera se habla portugués, como Boroma y Manje,
donde se hablan dos leguas locales (dialectos) diferentes. Niños, hombres,
mujeres, ancianos... muchos rostros, muchas vidas... y rostros tan pobres...
pero dispuestos a ponerlo todo por la Evangelización en estas tierras”.