Diphu es una ciudad enclavada en esa especie de brazo de
la India que rodea Bangla Desh y llega hasta Birmania. La zona no tiene los
típicos paisajes rurales de la India, sino que es más bien montañosa con
junglas impenetrables en muchas partes. Es también la zona donde habitan hasta
dos decenas de tribus, separadas del resto de la India por su cultura y por su
raza. Gracias al acceso a la educación – que a su vez permite el acceso a la
administración – ahora pueden decidir el destino de sus vidas, sin que nadie
decida por ellos como si no existieran.
En este impulso a la educación tiene mucho mérito la
labor de la Iglesia que, desde la llegada de los primeros misioneros en 1911,
se ha volcado en dar oportunidades a los hijos de estos “olvidados” de la
tierra. Sólo en la diócesis de Diphu, una de las varias establecidas en esta
zona de Assam, hay 52 colegios católicos. Los padres tienen muchísimo interés
en la educación de sus hijos. El problema son las distancias, ya que los
colegios están en las ciudades y muchas de las aldeas se encuentran en lugares
remotos a los que sólo se puede acceder a pie. Los hijos de estas familias
tienen que pasar la semana fuera de casa. Esto plantea la que es la principal
preocupación de los padres: dónde se quedan. A esto también ha respondido la
Iglesia con residencias para que los pequeños puedan estar bien cuidados.
En Diphu y en las localidades cercanas ya hay más de 40
de estas residencias, atendidas por diversas congregaciones religiosas y por la
misma diócesis. Aún así, son pocas. Por eso están construyendo una nueva con
capacidad para 250 niños, y para la que han solicitado ayuda a la Obra
Pontificia de la Infancia Misionera. Gracias a la generosidad de los niños de
Infancia Misionera del resto del mundo se les ha podido hacer llegar 20.000
dólares. Será un buen empujón para terminar la cocina, y una gran aula de
estudio, donde los chicos puedan hacer los deberes que traigan del colegio.
El primer paso de esta red educativa lo pusieron las
hermanas francesas de Nuestra Señora de las Misiones allá por 1911. En aquella
época la región era un tanto insana y la primera residencia-colegio se tuvo que
cerrar a los pocos años por la malaria y otras enfermedades. Volvieron a abrir,
pero no como querían las hermanas, ya que el gobierno colonial sólo les
permitía acoger a los hijos de los occidentales de la zona. La constancia de
estas misioneras y de otros muchos miembros de congregaciones religiosas que
llegaron a esta región permitió con el tiempo dar oportunidades educativas a
los hijos de las tribus. Hoy, muchos de estos chicos tienen formación, su
carrera universitaria y están ayudando a su pueblo desde hospitales, colegios y
la administración pública