Del 15 al 20 de abril ha tenido lugar la asamblea
plenaria de los obispos argentinos. El Papa Francisco ha hecho llegar una
carta, en la que, con su lenguaje cercano y claro, además de excusarse – era el
presidente de la Conferencia Episcopal – por no poder estar presente, invita a
la Iglesia de su país a ser misionera, a salir de sí misma. La carta, aunque
conocida estos días, tiene fecha del 20 de marzo, 7 días después de su elección
como Sumo Pontífice:
“Queridos Hermanos: Van estas líneas de saludo y también
para excusarme por no poder asistir debido a ‘compromisos asumidos hace poco’
(¿Suena bien?). Estoy espiritualmente junto a Ustedes y pido al Señor que los
acompañe mucho en estos días.
Les expreso un deseo: Me gustaría que los trabajos de la
Asamblea tengan como marco referencial al Documento de Aparecida y ‘Navega mar
adentro’. Allí están las orientaciones que necesitamos para este momento de la
historia. Sobre todo les pido que tengan una especial preocupación por crecer
en la misión continental en sus dos aspectos: misión programática y misión
paradigmática. Que toda la pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de
nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresía.
Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera
viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede
pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante
esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una
Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia
encerrada es la autorreferencialidad; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre
sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos
conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos
impide experimentar ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar’.
Les deseo a todos Ustedes esta alegría, que tantas veces
va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de
la solteronería clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos,
gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios;
esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la
conversión pastoral que nos pide la Iglesia. Gracias por todo lo que hacen y
por todo lo que van a hacer. Que el Señor nos libre de maquillar nuestro
episcopado con los oropeles de la mundanidad, del dinero y del ‘clericalismo de
mercado’. La Virgen nos enseñará el camino de la humildad y ese trabajo
silencioso y valiente que lleva adelante el celo apostólico.
Les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la
crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Rezo por
Ustedes. Un abrazo de hermano y un especial saludo al pueblo fiel de Dios que
tienen a su cuidado. Les deseo un santo y feliz tiempo pascual.